El hombre que se suicido por culpa de unos tacones altos, muy altos

Camino por el final de la calle Arturo Soria, llueve a cantaros; es un día de noviembre, además, frío y ventoso. Regreso de la plaza Tirso de Molina, donde aún me quedan amigos de mi ocupación como trilero. La artrosis de mis manos me ha retirado de una actividad que me gusta: engañar a los listos.

Ahora me llaman para enseñar el arte de los cubiletes a los jóvenes y como complemento de las clases, yo les llevo mi especialidad culinaria: gachas manchegas. Si no llevo gachas, mis amigos se encabronan conmigo. Hago honor a mi tierra.

Recuerdo a mi abuela en Alcázar de San Juan guisándolas para la familia y yo pegado a ella en la cocina.

-Ernestito cátalas, ya sabes que a mí no me gusta probar los guisos.

Así siempre caía alguna cucharada en mi boca antes de que llegaran a la mesa.

Veo ya el edificio alto donde está la portería que regento desde hace pocos años, cuando me retiré de trilero.

-¡Fito! Te estás empapando, ¿dónde vas con lo que está lloviendo? Ven aquí, métete bajo mi paraguas. ¿No sería mejor que en vez de ese bastón llevaras un paraguas?

-Erneeesto, voooy a la faarmaaacia de Jaaandra y Conchaaa.

-Ah, ya sé, el bastón lo llevas para defenderlas.

-Sííí, desde que las atracarooon el año pasado veeengo todas los díaas cuando van a cerrar. Son muuuy cariñosas cooonmigo y yo las quieeero defendeeer.

-Fito, ayer me encontré un papel en la acera con una poesía tuya que me gustó mucho. Terminaba así:

“busqué tu sonrisa por el parque

busqué tus “te quiero” en nuestro banco

busqué tus besos debajo de nuestro pino

busqué tus caricias en nuestro rincón escondido del césped”

Fito me interrumpe:

“y no encontré nada de ti

porque ya te habías alejado de mí.”

Le paso el brazo por el hombro y le acerco a mí para evitar que se moje más. Así andamos un tramo de la calle y al llegar a la altura de la farmacia oímos un ruido grave, como si fuera la caída de un objeto grande sobre la acera y después gritos. Nos miramos y corremos hacia mi edificio. Enfrente del portal un grupo de personas en círculo miran hacia el suelo. Un hombre yace en la acera, la lluvia diluye la sangre que empieza a salir por debajo de su cuerpo.

Todos comentan: ¿por qué se habrá suicidado?

Ellos mismos se contestan con los motivos más vulgares y tópicos.

No necesito mirarlo mucho, sé quien es. Busco con la mirada a Fito, le veo sentado en el bordillo, pensativo, con la cabeza entre las piernas y sin levantar la mirada del suelo. También sabe quien es. La lluvia le empapa sin piedad.

 

 

Hoy ha sido un día agotador en la farmacia, estoy sola porque mi socia y amiga Jandra no ha podido venir, deseo que llegue la hora de cerrar. Veo que entran dos clientas habituales.

-Hola Concha, me das…

-Cómo no, el laxante que anuncian en la tele, cual de ellos quieres hoy.

-Si, por favor, el de la chica rubia.

-Concha, no he visto a Fito en la puerta. ¡Que raro que falte a estas horas! ¿Le habrá pasado algo? Será por la lluvia.

-No, cuando llueve se pone debajo del alero.

-¿Tú sabes la historia de Fito?

-Si, un día vino su madre a la farmacia y nos contó la triste historia de Adolfo, como le llama su padre, o Fito como le llama su madre.

Fito es el séptimo y último de nuestros hijos, ya éramos mayores pero Dios nos quiso dar una última alegría con el nacimiento de Fito. Según fue cumpliendo años le empezamos a notar ciertos gestos homosexuales.

Mi marido, que tenía y tiene un importante cargo en la administración, puesto por su partido político, no podía consentir que Fito le estropeara su imagen y con ello su carrera política. Tenía que buscar una solución a su problema.

Habló con su confesor: “ no te preocupes tiene solución, es una enfermedad psicológica. Lo mandamos a una clínica en Navarra y en unos meses todo solucionado.”

Meses después volvió de Navarra. El tratamiento salvaje que le hicieron no solo no le curó la homosexualidad sino, que como has podido comprobar, me lo dejaron con daños mentales. Ahora su padre lo oculta aquí, en la residencia que hay tres calles más arriba.

He venido para daros las gracias por el trato tan cariñoso que tenéis con él. Fito me habla siempre muy bien de sus amigas Jandra y Concha.

Mis clientas se miran y me miran con un gesto de rabia y compasión. Se crea un silencio que me parece eterno.

-Concha, veo que tenéis algunas de sus poesías sobre el mostrador.

-Si, es cosa de Jandra. Se emociona con ellas y las guarda.

-Siempre son muy tristes, de amores perdidos.

-A Jandra y a mi nos encanta como las da a conocer. Solo ocupan una hoja, de la que hace muchas copias. Después, la portera le deja subir a la azotea del edificio que hace esquina al parque y a la calle. Compone aviones con las copias y luego las tira. Llena el parque y la calle de aviones poéticos. Lo curioso es que la barrendera barre papeles y hojas, pero los aviones de papel con sus poesías no las recoge. Van desapareciendo poco a poco porque ya hay mucha gente, sobre todo mujeres, que se las llevan.

Después de repetir los comentarios penosos sobre Fito las clientas se van.

Poco después de que se hayan marchado las clientas, veo a Fito en la puerta, no se atreve a entrar. Le hago gestos para que pase, su mirada se fija en mi, está totalmente empapado. Le abro la puerta y veo que en su cara no solo hay gotas de lluvia, también unos lagrimones caen por sus mejillas.

-¿Qué te pasa Fito?

-Concha, el maaaarido de Jaandraaa, se ha tiraaaado desdee la terraaaza de su caaaaasa.

-¡Qué dices!

Cojo a Fito de la mano y nos vamos rápidos hacia un grupo de personas que están justamente en la entrada de la casa donde vivimos, Jandra en el piso 14º y yo en el piso 5º. Solo dos edificios más abajo de la farmacia.

Fito me señala el interior del grupo y se retira. Me abro paso entre la gente. Ernesto tapa el cuerpo con una sábana que pronto se mancha de sangre. Sale por debajo de la sábana una mano que aprieta fuertemente un zapato con un tacón alto, muy alto. Veo un poco más allá otro zapato con tacón alto, muy alto, al que le llega un reguero de sangre y agua.

Yo conozco muy bien esos zapatos. Miro para los balcones de los pisos altos buscando los ojos de la dueña de los zapatos, pero su terraza está vacía. Veo a muchos vecinos mirando.

Me estoy fijando en el cuerpo totalmente modelado por la sábana empapada por la lluvia, cuando de un coche de la policía se bajan dos personas.

Uno, bajito y con gorduras muy visibles, lleva la chaqueta sin abrochar impedido por un voluminoso estómago; claramente es el jefe. El otro policía es alto y me llama la atención sus piernas huesudas, que sus ajustados pantalones permiten adivinar; es el ayudante. Tapa al jefe con un gran paraguas.

Oigo, detrás de mi la voz de Ernesto, el portero.

-¿Anda!, el Isbert y el Gwendolyne, pero ¿cómo están por aquí si pertenecen a la comisaría del Distrito Centro?

Miró con extrañeza a Ernesto, conoce a los policías.

-¿De qué los conoces?

-Son manchegos como yo, el Isbert es de Campo de Criptana y el Gweendolyne es de Tomelloso.

Observo en el gesto nervioso de Ernesto que no me está contando toda la verdad.

-Dejémosles trabajar. Doña Concha, se está usted mojando. La invito a un café.

Ernesto me coge del brazo y me lleva hacia la portería. Claramente Ernesto no quiere que le vean.

-No puedo, quiero subir a ver como se encuentra Jandra.

-Son ustedes muy amigas.

-Sí, como hermanas, nos conocemos desde el colegio.

Cuando estamos entrando en el portal una voz ronca e inconfundible me llama la atención.

-Gachas, quiero hablar contigo.

Ernesto se da media vuelta, su cara refleja un cierto disgusto.

-Estoy en la portería.

-Espérame unos minutos y voy a la portería.

-Cuándo usted quiera.

No es difícil entender porque le llaman el Isbert, su voz es idéntica a la del inolvidable actor.

-¿Ernesto, por qué le ha llamado al otro policía el Gwendolyne?

-¡Ah!, porque siempre está canturreando la canción de Julio Iglesias.

-¿Cómo sabe esos motes? y ¿por qué le ha llamado a usted El Gachas?

-Esa es una historia larga que le contaré otro día.

 

 

Subo hasta el piso 14, Jandra me abre la puerta de su casa. Está acompañada por su hija y su nieta Conchi. Me estaba esperando. Nos abrazamos, pero ninguna de las dos soltamos una lagrima. Nos vamos solas al dormitorio.

-¿Cómo te encuentras?

-Mejor de lo que suponía.

-¿Cómo ha sucedido?

Dejo que Jandra se acerque a la cómoda donde hay fotos de su marido y suyas.

-¿Estabas presente cuando se tiró por la terraza?

-Sí. Acababa de regresar del centro de Madrid. Entré en el dormitorio y me estaba quitando los zapatos cuando bruscamente me los quitó de la mano y me dijo, a gritos, que no me los volvería a poner. Se fue a la terraza y ya sabes lo que pasó.

Jandra me mira, mueve las manos para apoyar su tesis.

-No pudo aguantar los celos.

-Probablemente o también el remordimiento por la traición a un amigo. Los zapatos eran para él la imagen de su amigo. Jandra, tú sabes que era muy celoso y además a ti te gusta coquetear con todo el que se pone a mano. Sobre todo no soportaba cualquier motivo que le recordara a él.

Me quedo un momento pensativa, doy unos pasos por la habitación. Miro fijamente a mi amiga. No puedo evitar una voz rotunda.

-Jandra, ¿venías de verte con él?

Queda desconcertada, se vuelve hacia mi.

-¿Por qué me dices eso? No me he visto con nadie.

No la dejo acabar.

-No te he preguntado si te has visto con alguien, te he preguntado si te has visto con él y para ti a él no lo encajas en nadie.

No me contesta. Aprovecha que suena el timbre de la puerta para ir corriendo a abrir. No deja que su nieta abra. Claramente no quiere seguir con la conversación.

En la puerta están el Isbert y el Gwendolyne.

-¿Es usted la mujer del difunto? Somos los policías encargados del caso, pertenecemos, ahora, a la Comisaría de Chamartín.

-¿Nos permite hacerle unas preguntas rutinarias y ver la terraza?

Jandra me mira con cara de extrañeza al mismo tiempo que dice que sí al policía.

Me voy hacia la puerta pero Jandra me pide que me quede.

-Señor, me gustaría que mi amiga me acompañe.

-No hay problema, conozco su estrecha y larga amistad.

El Gwendolyne se dirige hacia la terraza y me llama la atención como camina, lo hace en zig-zag y no en línea recta, parece que sus piernas van cada una a su aire. Ya en la terraza le oigo canturrear su canción.

Mientras tanto Jandra contesta a Isbert.

-No, yo no vi nada. Acababa de venir de la calle. No me encontraba en el dormitorio, había pasado directamente a nuestro cuarto de baño, pues me encontraba muy cansada y me di un baño de sales en el jacuzzi. Tardé en salir. Oía, con dificultad, hablar a mi marido, parecía muy enfadado, pensé que hablaba por teléfono. Al salir del cuarto de baño me llamó la atención los gritos que venían de la calle y me extrañó que mi marido no estuviera en el dormitorio. Supuse que estaría en otro lugar de la casa. Salí a la terraza y miré al gentío, rodeaban a un hombre tumbado en el suelo, pronto me di cuenta de que era mi marido. Estaba sola en casa y no me atreví a bajar. Llamé a mi hija. No puedo decirle más.

-¿No oyó algún ruido, como si alguien entrara y discutiera con su marido y no precisamente por teléfono. No oyó a su marido gritar antes de caer al vacío?

-No señor policía, pero pudiera ser que alguien entrara. El ruido del agua y mi cansancio quizás no me permitieron oír el timbre de la puerta.

-Me han informado de que ustedes han vivido muchos años en Colombia y que incluso tienen negocios allí.

-Sí, mi marido fue destinado a Colombia por su empresa. Estuvimos 6 años. A mi marido le gustaba hacer negocios, por eso montó, con unos amigos colombianos, una pequeña plantación de café, que aún tenemos.

El Isbert mira, con gesto de complicidad a el Gwendolyne.

-¿De café, café?

-Sí de café, café, ¿qué insinúa usted?

-¿Dónde exactamente?

-En un pueblecito llamado San José de Ocuné.

-¿Su marido viajaba con frecuencia a Colombia?

-Sí, no quería que el negocio lo llevaran solo nuestros amigos colombianos, le gustaba estar encima de los trabajos.

-¿No se fiaba de ellos?

-Sí se fiaba, pero era su manera de ser.

-¿Sus socios también venían a Madrid con frecuencia?

-La relación es muy buena y les invitamos muchas veces. Por cierto, estuvieron aquí hace pocos días. Sí, recuerdo ahora que mi marido tuvo una discusión muy fuerte con sus dos socios. Se encontraban en su despacho pero las mujeres les oíamos desde el salón.

El Isbert le enseña a Jandra sus zapatos.

-¿Estos zapatos son suyos?

-Sí, son míos.

Observo a Jandra sorprendida y excitada por la pregunta.

-Señora, hay dos posibilidades. Que su marido se suicidara, lo que en principio parece lo lógico. Usted nos tiene que aclarar si hay algún motivo para que tomara esta decisión.

-Poco les puedo decir, todo le iba bien. Nunca me dijo que tuviera problemas fuera de los normales.

-¿Qué quiere decir usted con problemas normales? ¿Los problemas con sus socios colombianos eran normales para su marido?

-Nunca me comento que las dificultades surgidas últimamente fueran graves, pero yo le he visto muy nervioso los últimos días.

-Tenemos que investigar por qué salto con estos zapatos y uno de los zapatos lo tenía fuertemente agarrado con su mano derecha.

A Jandra la noto insegura, se acerca a mí buscando apoyo.

El Isbert, se pasea por el dormitorio con aires de policía curtido en muchos casos. Levanta el brazo haciendo girar su mano sobre su cabeza, como dando salida a sus pensamientos. Gira alrededor de Jandra y de repente se para frente a ella pero dándole la espalda.

-¿Usted cree que su marido se ha suicidado?

Observo que el Isbert mira la cara de Jandra reflejada en el espejo de la cómoda, esperando su contestación. Jandra hace un largo silencio, no es capaz e contestar. El policía no insiste, el ya ha sacado sus conclusiones viendo la cara de mi amiga reflejada en el espejo. Continúa su entrevista.

-La otra posibilidad es que alguien le empujara, quizás unos sicarios. Nuestras pesquisas no descartan esta línea de trabajo. Pensamos que pudiera ser que solo le quisieran asustar tirando sus zapatos como aviso de que la próxima en caer por la terraza sería usted. Probablemente su marido lo intentó impedir quitándoles los zapatos, pero la discusión se debió complicar y acabó su marido cayendo con los zapatos.

La voz del policía se vuelve cariñosa.

-Tenga cuidado, la próxima en caer puede ser usted.

-Su razonamiento me parece verosímil, pero me cuesta creerlo. No sé quien podría tener interés en asustarnos a mi marido y a mí.

-¿Conoce usted a fondo los negocios de su marido?

El Isbert no espera contestación, mira al Gwendolyne, que no deja de husmear por el dormitorio, con picardía y buscando complicidad.

-Nosotros suponemos que sí y por eso la amenazan. Si no los conoce investigue en Colombia.

Jandra se sienta en la cama y tapa su cara con las manos.

-Señora, gracias por su información. Permítame darle mi más sentido pésame. Nos volveremos a ver.

Jandra levanta la cara y mira fijamente al Isbert:

-Por favor señor, ¿puede darme mis zapatos? No me gustaría perderlos, son un regalo de mi marido.

Miro fijamente a Jandra, miente. No se atreve a mirarme.

-No, por ahora no.

-¿Y para qué los quiere usted?

Los policías se van sin contestar a Jandra.

-Jandra, mírame. ¿Qué está pasando? No te entiendo.

-Concha, ni te preocupes. No estoy en peligro. El barrigudo y el patas largas quieren presumir de polis listos y solo son unos torpes. Mi marido de suicidó y todo lo demás es pura novela. Tú y yo sabemos porque.

Entran en el dormitorio más miembros de la familia.

-Jandra, como estás bien acompañada me bajo a mi casa. Además creo que lo mejor que puedes hacer es dormir o por lo menos descansar en la cama. Si necesitas algo me llamas.

 

Ya en el ascensor me doy cuenta de que la que no va a dormir soy yo. Presiono el número 5.

Entro en casa y me tumbo en un sillón. El reloj marca ya una hora avanzada de la noche, pero aún así la preveo larga. Mi cabeza da vueltas y más vueltas a los mismos temas sin encontrar explicaciones o quizás encuentre explicaciones que no me gustan.

Oigo el timbre de la puerta.

-Madrina, soy yo.

Abro la puerta y hago pasar a Conchi.

-Estaba deseando bajar para hablar contigo, mi madre me ha dado permiso para dormir en tu casa. ¿No te importa?

-Claro que no, la cabeza me explotará con lo sucedido si no hablo con alguien. Los recuerdos vuelven rápidamente y me tienen asustada. Me aterra ir a la cama.

-Madrina, ¿esos recuerdos tienen que ver con lo sucedido, esos zapatos forman parte de tus recuerdos? No puedo quitarme de la cabeza la mano de mi abuelo apretando ese zapato. Estoy intrigada por esos zapatos pasados de moda, que la abuela se pone ahora con tanta frecuencia. Un día la dije que se iba torcer los tobillos con esos tacones tan altos y me dijo, de mala manera, que no me metiera en lo que no me importaba.

-Tu abuela tiene un pronto que no domina.

-Vamos a la cocina y preparemos algo para comer y mientras tanto vamos hablando.

-Conchi, lo sucedido forma parte de una historia vivida por una mujer y dos hombres. Es una lucha entre el amor y la amistad. Un hombre, llamémosle A, puso el amor por una mujer y la amistad de un amigo al mismo nivel y quiso conservar los dos sentimientos. Al otro hombre, llamémosle B, solo le importaba conseguir el amor de la misma mujer a cualquier precio y traicionó la amistad del amigo. El hombre B sabía que no era el preferido por la mujer pero pensó que todo era cuestión de insistir y esperar un fallo del amigo, por eso siempre estaba cerca de los dos. Esperando y esperando.

-¿La mujer es la abuela? ¿Quién es el abuelo? ¿Quién es el otro, lo conozco? Cuéntame.

Nosotras vivíamos en los alrededores de la plaza Luca de Tena y cogíamos el metro en la estación de Palos de la Frontera para ir al Instituto Beatriz Galindo. Un día tu abuela me dijo que dos vagones más adelante había subido un chico con buena pinta y como era nuestra costumbre, en la estación de Embajadores, nos fuimos a su vagón. Tu abuela no le quitó la mirada de encima hasta la estación de Sol, donde se bajó.

Tu abuela me miró, aún recuerdo su mirada, comprendí que se había enamorado locamente de aquel chico alto, muy alto.

-¿El sábado me acompañarás a comprarme unos zapatos?

Nos fuimos a la calle Preciados. Y nos parábamos en todos los escaparates de las zapaterías. En uno de ellos se quedó con la mirada fija en unos zapatos, como abducida,

-Concha, me están esperando a mí.

-Jandra. Estas loca, que tonterías dices.

Y se compró aquellos zapatos que tenían los tacones altos, muy altos.

-Claramente mi abuelo no es el alto, es más bien bajito. Es el hombre B.

-Esa es la historia de los zapatos.

Veo a mi ahijada muy interesada, pero yo quiero dar por finalizada la conversación. No me resulta agradable recordar algunas cosas.

-Si te parece nos vamos a la cama.

-No madrina, no puedes dejarme así. Tienes que contarme que sucedió después, hasta el día de hoy. Tengo muchas preguntas que hacerte.

-Conchi, han pasado muchos años y muchas cosas.

-Bueno, tenemos toda la noche. ¿cómo se llama el chico muy alto, el hombre A?

-Su nombre no se puede pronunciar delante de tu abuela, le sale su pronto y no hay quien la aguante. Simplemente usamos el pronombre él. Más vale que no lo sepas.

Tu abuela no me dejaba de hablar de aquel chico y siempre esperando verle en el Metro. Un día ya me canso, te cuento.

-Jandra, no sabes quien es.

-Sí, sé quien es. Mi hermano lo conoce. Vive cerca de nuestro barrio y estudia medicina.

-Entonces esa cara de disgusto a qué viene.

-Mi hermano me ha dicho que lo tengo crudo y que me ponga en la lista. Tiene novia y que no es la primera.

Tu abuela no sabía que hacer, en el Metro procuraba ponerse cerca de él. Un día le dijo hola y él contesto hola, siguiendo la lectura de un libro de medicina.

Otro día se produjo un hecho que la lleno de alegría. El mejor amigo de aquel chico, el hoy tu abuelo, la invitó a un guateque. Me pidió que la acompañara.

El domingo se puso sus zapatos con el tacón alto, muy alto. Fuimos las primeras en llegar y el último él, acompañado de su novia. Nos miró y no reconoció a tu abuela como la chica de los holas del metro.

Como era costumbre en los guateques él bailó con todas las chicas y también con tu abuela pero después, en el momento de la música lenta, solo bailó con su novia.

A partir de ahí, nos hacíamos las encontradizas con él. Sabíamos todos sus pasos. Tu abuela siguió yendo a los guateques del grupo de amigos, siempre con los zapatos de tacón alto, muy alto. Al que hoy es tu abuelo no le gustaba que se pusiera esos zapatos. En un guateque él apareció solo sin su novia, los amigos le preguntaron por ella y él no les contestó. Todos nos imaginamos que era el fin de esa relación.

En ese guateque bailó mucho con tu abuela pero a la hora de la música lenta él se fue. En otros guateques se quedaba y bailaba con alguna de sus amigas muy cariñosamente. Tu abuela disimulaba su disgusto pero en un guateque a la hora de los discos lentos él no soltó a tu abuela, la cara de tu abuelo era un poema. Ese fue el principio de una relación que duró años.

Notaba que Conchi estaba muy interesada y yo, en el fondo, me encontraba muy a gusto recordando aquellos tiempos.

-Madrina, mi abuela nunca me ha contado nada. ¿Qué pasó después para que no siguieran juntos?

-Tu abuela no fue valiente.

–¿Qué quieres decir?

-Te contaré y sacarás tus propias conclusiones.

 

Tu abuela vino a verme un día con un gran enojo. Me contó que él se quería ir a África con Médicos sin Fronteras. Había terminado la carrera de medicina y quería desarrollar su profesión a favor de los más necesitados y no quitando arrugas a las señoras. No conseguí que dejara de llorar, según me contó era una decisión definitiva.

-Mi abuela no tuvo valor para seguirle.

-Así fue. Ella esperaba que después de unos meses él volviera, cansado de esa vida ruda y peligrosa.

-¿Qué fue de su novio?

Primero se fue a Níger, el país más pobre del mundo, allí estuvo varios años pero salió corriendo. Se lió con una de las mujeres del dictador y si no le avisa la hija del cónsul de Bélgica no lo cuenta. De Níger se fue a Angola, donde estuvo menos tiempo, también salió a toda prisa. Los marines, que protegían la embajada de Estados Unidos, intentaron cogerle, le acusaban de espiar para los rusos. La verdad no era esa y sí que se acostaba con la mujer del embajador.

Entonces decidió unirse al Che Guevara, al cual admiraba, en el Congo. Allí duró poco tiempo por el fracaso de la aventura del Che en África. El Che le comentó que el pueblo congoleño no estaba interesado en la revolución y que había decidido continuar su revolución en Bolivia, pidiéndole que le acompañara en esta nueva aventura. El prefirió irse con una enfermera sudafricana a Ciudad del Cabo. La enfermera también formaba parte del grupo del Che. En Ciudad del Cabo vive con la enfermera y sus hijos.

La cara de Conchi refleja sus dudas y la veo dispuesta a lanzar sus preguntas.

-Madrina, ¿qué hacía la abuela en todo este tiempo? y además ¿por qué se caso con el abuelo?

-Tú abuela no sabe estar sola y además le encanta coquetear. Fue una salida fácil para ella.

-Pero ella estaba muy enamorada del medico…

Le corto y no la dejo seguir.

-Y sigue enamorada.

-¡Ah! Por eso se pone esos zapatos altos.

El cansancio me hace abandonar el relato.

-Si quieres saber más prefiero que te lo cuente tu abuela.

 

 

Dejé pasar un tiempo desde el suicidio de mi abuelo, prefería hablar con mi abuela cuando ella estuviera más tranquila. Por fin hoy la llamo.

-Vente cuando quieras.

Entro en el salón, no hay nadie. Oigo ami abuela en la cocina.

-Ahora voy.

En el salón suena una música muy conocida para mi. No puedo ni quiero evitar recordar la primera vez que la oí.

-Conchi, escucha esta música. Dime si te gusta.

-Es muy bonita abuela, ¿qué es?

-Coge la carátula que está encima de la mesa, si te gusta te regalo el cd.

Leí que era Peer Gynt Suites- 1 and 2 de Edvard Grieg.

-Gracias abuela por el regalo.

Me acerqué a ella y le di un beso. Desde aquel día de mi adolescencia, a mi abuela y a mi nos unió la música de Grieg.

Al oír esta música al entrar al salón puedo entender lo que me pide mi abuela: compresión y quizás también complicidad.

Nos sentamos en un sofá, yo me pego a ella porque quiero transmitirla, con el contacto de mi cuerpo, cariño y confianza. La noto muy dispuesta a hablar.

-No me hagas preguntas. Ahora que ya me siento mayor incompresiblemente el futuro me preocupa poco, miro más hacia el pasado que para el futro.

-No es esa mi intención. Concha me ha contado muchos hechos y momentos de tu pasado, solo quiero que tú me cuentes lo que te suponga recuerdos agradables.

Mi abuela hace un silencio, se queda muy pensativa.

-Si miro al pasado surge él, siempre él. Desde que le conocí yo solo tenia ojos para él, como era muy coqueta me agradaba que otros chicos se me insinuaran, pero mi corazón era de él.

Veo en la cara de mi abuela una sonrisa llena de melancolía.

-Uno de estos, digamos moscones, era tu abuelo. Incluso cuando él y yo formalizamos nuestra relación tu abuelo continuó con sus acosos.

-¿Cómo era posible si era su mejor amigo? Le estaba traicionando. ¿Él lo sabía?

-Sí, claro que lo sabía, él lo veía y además yo se lo decía. Nunca me hacía un comentario, como si no me oyera.

-Abuela, como si no pudiera romper su amistad con el abuelo, su amigo desde niños. Me disgusta lo que me cuentas del abuelo.

-Cuando él se fue a África lloré y lloré.

-¿Por qué no te fuiste con él, no te lo propuso?

-Eran otros tiempos. Nunca me lo pidió de manera directa pero yo sabía que lo deseaba.   No tuve valor para irme con él. Fui muy cobarde por no compartir su nueva vida.

Se tapa la cara con las manos, hace un silencio que no quiero romper. Levanta la cara y respira hondo.

-Al principio venía a verme todos los meses, luego alguna llamada. Me sentí muy sola, empecé a salir con algún chico, por cierto que con uno estuve a punto de casarme, pero no cuajó por un tema familiar suyo. Yo necesitaba a mi lado alguien que me quisiera y tu abuelo, siempre al acecho, aprovechó la ocasión. Yo tenía las defensas bajas y terminé casándome con tu abuelo. Ya no tuve más llamadas.

-Abuela observo que usas el pronombre él solo para él.

-Conchi, ya lo iras entendiendo. Hay palabras, cosas que están ligadas a una persona y es una falta de respeto usarlas con otras personas.

-Por ejemplo, ¿unos zapatos con unos tacones altos, muy altos?

-Sí. Los zapatos no son solo un recuerdo de un tiempo tan feliz para mí. Los zapatos estaban en un escaparate como invernados, hasta que yo los compré y les di vida para convertirse en una parte de nuestra intimidad, sin esos zapatos no alcanzaba a besarle.   Yo solo me los ponía para él, los zapatos son mi primer baile con él, su mirada, sus caricias, sus besos, su sonrisa…los zapatos son él. No dejo que los toque nadie.

-¿Por la estrecha relación que teníais los tres, supongo que el abuelo sabía todo esto de los zapatos?

-Si, claro que lo sabía. Cuando los veía sus celos se disparaban y me decía que cuando iba a tirar esos zapatos tan viejos y pasados de moda. Como si entendiera de modas.

-Abuela, ahora te los pones con frecuencia. ¿Te ves con él?

Se levanta del sofá, se mueve por el salón con tics nerviosos. Sale del salón hacia el dormitorio, yo la sigo. Se queda mirando fijamente hacia la terraza.

Conchi, yo acababa de venir de la calle y estaba sentada en la cama quitándome los zapatos. Entonces entró tu abuelo.

   -No te volverás a poner estos zapatos.

Me los quitó de las manos y se fue a la terraza, yo fui detrás. Tiró un zapato y le agarré del brazo en el que tenía el otro zapato; se volcó sobre la barandilla para que no lo alcanzara. A mi mente vino la imagen de él, le dije a tu abuelo al oído.

-Son sus zapatos y tú no los debes tocar.

Lo sentí como una nueva traición, pensé: “ésta será la última que los tocas”. Le empujé con todas mis fuerzas. No lo pude evitar.

He salido de la portería para barrer el portal y también lo hago en la acera, en el tramo de la fachada del edificio. Hoy veo que hay varios aviones de papel sobre la acera, son los aviones poéticos de Fito. A mi me gusta leer sus poesías, cojo un avión lo deshago y veo que está en blanco. La sorpresa me deja perplejo, cojo otro avión y otro todos están en blanco. Entiendo que Fito no puede expresar lo que siente por su amiga Jandra.

Busco con la mirada a Fito, le veo que está en la acera de enfrente tratando de esconderse detrás de un árbol. Mira fijamente hacia el portal, seguro que espera que salga Jandra para acompañarla hasta la farmacia.