ELÍAS LLAMAZARES DE LA PUENTE R6
LA MUJER QUE SE ENAMORÓ Y QUERÍA TENER UN NIETO
Vivimos en la calle Fuencarral según me ha dicho Curra, con la que comparto el salón de su casa. Me dice que es un piso que pertenece a un edificio antiguo, situado en esta calle peatonal muy estrecha, lo que facilita cotillear, ver a los vecinos de las casas de enfrente; desde el ventanal del salón, se puede ver al otro lado de la calle, y a su misma altura, la terraza y parte de una habitación que pertenece a una pensión que me dice que se llama El Arco Iris.
Curra me mira y se disculpa por sus cotilleos, pero yo sé que la divierte y asegura que la visión entre el salón y una habitación es fácil e inevitable.
El salón es muy acogedor y me puedo mover por él sin dificultad. A un lado hay un sofá y una mesa pequeña, en el lado contrario del gran ventanal hay un piano. En el centro hay una mesa redonda con sillas alrededor, con los alimentos de un variado y abundante desayuno con frutas, que a mí me gustan mucho, es lo que mejor como. Sentada en una de ellas, Curra coloca en su plato trozos de jamón alrededor de un par de huevos fritos, sus desayunos son muy abundantes.
En la zona del sofá hay un televisor encendido al que dirige algún comentario cuando habla algún político: “eso no te lo crees ni tú”. Curra nunca me lo ha dicho, pero la echo una edad en torno a los 55 años y mantiene una belleza elegantemente atractiva. Naturalmente, hay otras dependencias de la casa que no conozco. En los distintos muebles del salón hay muchas fotos enmarcadas, que son de sus hijas.
De pronto deja de mirar al televisor y, con cara de sorpresa, vuelve la vista hacia el ventanal. Algo le llama la atención tan poderosamente que come sin mirar el plato y tiene dificultad para acertar con el tenedor en la boca. Sus gestos resultan divertidos.
El sonido de un violín entra por el ventanal y Curra sorprendida se incorpora y escucha con atención. Se acerca despacio hacia ese sonido que parece gustarle. Me sonríe y se vuelve rápidamente para apagar el televisor.
Nuevamente en el ventanal escucha y mueve las manos intentando llevar el compás. Hace un gesto de desaprobación, se vuelve de espaldas al ventanal y da varios pasos alejándose.
—No, así no.
Vuelve al ventanal y lo cierra. Me mira. Me habla.
—Lo, es mejor que no oigas nada.
Me tapa con una capucha como la que me pone para dormir. Yo soy Lo, un loro muy hablador, siempre visto de gris porque tengo las plumas grises, soy elegante y africano a mucha honra.
El resto del día pasa con la rutina de siempre. El día siguiente empieza quitándome la capucha, me hace una caricia: “dice buenos días” y la contesto “que tengas un buen día”, pero me extraña ver el ventanal abierto totalmente. Ahora está escondiéndose detrás de unas cortinas y mirando hacia la habitación de enfrente, esperando oír el violín. Cuando lo oye su cara refleja satisfacción, pero pronto su gesto cambia. Me comenta.
—Lo, no es posible, cómo se puede tocar tan mal. Si no fuera un violinista tan guapo, se llevaría un tomatazo.
La entiendo, sus agudos me dañan los oídos. Mi ama sale a la terraza y llama la atención al vecino.
—¿Cuánto tiempo llevas tocando el violín?, ¿dices que muy pocos meses?
Con voz tenue y dirigiéndose a mí: “Ya se nota, ¡ya!”
—Con paciencia y con unos cuantos meses de trabajo duro llegarás lejos.
Mi ama se sienta al piano y toca unas notas.
—Chaval ¿Oyes el piano?
—Sí, lo oigo.
Después de un corto silencio.
—Entonces sígueme, voy a tocar la pieza que tú estabas tocando. Creo que es el “Nocturno para piano y violín” de Chopin.
La música del piano empieza a sonar y en el momento adecuado hace un gesto con la mano para que entre el violín. Pero cuando empieza a sonar, mi ama se levanta y mirando a través del ventanal hace un gesto de disgusto.
—No, has entrado tarde. Volvamos a empezar.
Se oye el piano y después entra el violín.
—Presta atención. De nuevo entras tarde y además estás fuera de tono.
Se oye un grito en la calle:” que entras tarde”.
Se produce un silencio, la mujer mira atentamente hacia el violinista. Intenta oír lo que le dice.
—¿Qué me dices?, ¿que lo harías mejor si estuvieras a mi lado?
Curra me dice: “Lo dudo”.
—Pásate a mi casa. Dame unos minutos.
Curra sale del salón. La oigo canturrear, la llegada del muchacho parece llenarla de alegría, rompe nuestra rutina.
Transcurridos unos instantes suena el timbre de la puerta.
Curra entra en el salón poniéndose unos zapatos de tacón medio, se ha cambiado de vestido y se ha maquillado ligeramente.
—Un momento, ya voy.
Se dirige hacia la puerta. La oigo saludar al violinista muy amigablemente.
—Me alegro que nos conozcamos personalmente y no solo a través de los ventanales.
Entran los dos en el salón, deja pasar primero al chico.
—Pasa por aquí. Bueno, ya conoces el salón, lo ves desde tu habitación.
Entra en el salón un muchacho alto y de imagen agraciada. Debe de tener unos 25 años.
—¿Cómo te llamas?
—Chopo
—¡Chopo!, ¿Es tu apodo?
—No, es mi verdadero nombre. Lo eligió mi padre a pesar del disgusto de mi madre, que me quería llamar José María Jesús del Espíritu Santo. ¿Cómo te llamas tú?
A mi dueña le agrada este tuteo, se la nota contenta y con cierta coquetería en sus gestos.
—Me llamo Francisca pero todos me llaman Curra. Me puedes llamar Curra.
—Bien. Curra, estoy deseando iniciar la clase.
—No, ¡por Dios! No será una clase, simplemente tocaremos juntos nuestros respectivos instrumentos con la finalidad de pasarlo bien.
Se dirigen hacia el piano, Chopo me mira feo y le suelto.
—Maricón.
Curra me disculpa, le mira a los ojos con un gesto amable.
—Si te parece volvamos a Chopin, procura entrar en el momento justo, de lo contrario irás desfasado toda la pieza. Por favor, escucha al piano.
—Bien, así lo haré.
Durante un rato los dos siguen tocando sus instrumentos y Curra sigue corrigiendo los errores del violinista. Sus gestos los interpreto como queriendo decir que el violinista es un desastre.
-—Estás tocando en otra octava.
Así va pasando la mañana. Chopo mira con insistencia la mesa y propone un descanso que Curra acepta. Sobre la mesa hay bandejas con la comida del desayuno de Curra. El joven se acerca a la mesa.
—¡Qué buena pinta tiene este jamón!, ¿Puedo probarlo?
—Claro que puedes.
Curra observa el afán con el que Chopo come.
— Tripudo.
—Lo, por qué lo insultas, lo he enseñado a ser educado con las visitas, pero los mellizos que viven al lado le enseñan tacos.
Se vuelve hacia el tripudo.
—¿Has desayunado?
—No, no he tenido tiempo.
—¿Cenaste anoche?
—No, estaba tan cansado que me fui a la cama sin cenar.
—Pero… ¿sí comiste?
—Sí, comí un bocata de calamares con una cerveza, lo típico de Madrid.
Curra hace gestos de no creerle, le mira con una sonrisa benévola y comprensiva.
—Anda, siéntate y come algo, ¿qué quieres beber?
—Nada, no quiero molestarte.
—Te traigo una cerveza.
Mientras va por la cerveza, Chopo se mete en la boca todo lo que puede.
Curra, al volver, mira la mesa y se da cuenta de lo que falta.
—¿Qué te parece si mañana vienes antes y desayunamos juntos?
—No puedo aceptarlo, sería un abuso por mi parte.
—¿Pero vendrás?
—Sí, por no hacerte un desprecio.
Qué cara tiene este tipo.
—Te tendré hechos un par de huevos fritos.
Curra se ríe sonoramente.
—Son muy buenos para tocar el violín.
Curra da por finalizado el ensayo y cierra el piano.
—No lo cierres, sigamos trabajando.
—No, come tranquilo y mañana seguimos.
Chopo termina de desayunar hasta que ya no queda nada sobre la mesa.
—¿Quieres algo más?
—No, por favor. Mis desayunos son siempre más ligeros, a mi no me gusta desayunar mucho porque después no me concentro en el violín.
A mí no me engaña, viene a comer el violín es secundario. Le grito.
—Caradura, hambrón.
Curra me regaña, pero con gesto de sorna le comenta.
—Ya, te entiendo muy bien. A mí me pasa lo mismo.
—Bueno, me voy.
Antes se acerca a mí para hacerme una caricia que yo aprovecho para morderle el dedo.
—Serás cabrón. Perdón Curra.
—Me parece que no os llevaís bien.
Chopo se va y Curra viene hacia mí.
—Me parece que este mozo me ve desayunar todos los días y ha venido para comer y no a tocar el violín.
—Estoy de acuerdo contigo, es un glotón mal educado.
—A mí no me importa, así le ayudamos; los jóvenes estudiantes siempre andan mal de dinero. Lo, no lo insultes o te pongo la capucha.
A la mañana siguiente Curra y el tal Chopo desayunan en un ambiente cordial y alegre.
—Curra, ¿cuántos hijos tienes?
—Tengo tres hijas, mi marido se quedó con las ganas de tener un chico. Murió hace ya varios años.
—Te confieso que suponía que eras viuda.
—Y eso, ¿por qué?
—Nunca te vi acompañada por un hombre. He visto chicas que suponía eran tus hijas.
Curra mira al chico irónicamente.
—Me has estado espiando.
A mí no me extraña.
—Sí.
—¡Cómo que sí! Serás cotilla. Me lo dices así sin ningún reparo.
—Sí, no podía evitarlo. Eres muy atractiva.
Curra se siente halagada. ¿Será inocente! se la quiere ligar.
—Chopo, cuéntame cosas de ti. ¿De dónde eres?
—Soy de un pueblo muy pequeño, de la comarca de La Sobarriba, en la provincia de León, muy bonito, con casas de adobe; próximo a la capital.
—¿Qué has estudiado?
—Mi pasión es la música y desde pequeño he pensado ser un buen violinista. Después del bachiller, inicié las Enseñanzas Artísticas Superiores de Música.
Curra no le deja seguir.
—Pero, no te puedes matricular sin pasar unas pruebas específicas muy duras.
—Sí, pero yo las pasé.
La cara de Curra refleja una gran incredulidad.
—¿Terminaste los estudios?
-—Sí, por supuesto, y con buenas notas.
Curra sonríe sin malicia porque no quiere ofender a Chopo.
—Chopo, me estás tomando el pelo y no me puedo creer lo que me dices. No te quiero desilusionar, pero con los conocimientos que tienes para tocar el violín, no puede ser cierto lo que cuentas.
—Pues es cierto. Lo que pasa es que aquí me pongo muy nervioso, tú me atemorizas.
Curra da pasos por el salón sin parar, claramente se la ve preocupada.
—¿Qué yo te atemorizo?
—Sí, tú me atemorizas
Chopo está sentado sin dejar de comer.
—No será para comer.
Curra se sienta a su lado.
—¿Por qué te atemorizo?
Mi dueña ha marcado con voz grave la palabra atemorizo.
—Te veo tan enérgica, tan decidida, tan…
—Dilo, no te reprimas.
—Tan mandona.
Eso sí que es verdad.
-—¡Yo mandona!
—Bueno, no solo eso.
—Vaya, hay más.
—Si, también te veo muy femenina. Eso me coarta un poco.
-—¡Qué me dices!, ¡que te coarto yo! Además de profesora de piano soy mujer y eso no lo puedo evitar.
—Ya, pero a ti te rebosa la feminidad por todo tu cuerpo y sobre todo por tu sonrisa.
—Gracias Chopo, a mi edad estos piropos se agradecen mucho.
Curra hace un pequeño silencio, su cara denota alegría por los halagos del muchacho, que se la está llevando al huerto y no se está dando cuenta la muy tonta.
—Ahora continuemos hablando de ti. ¿Qué haces aquí en Madrid?
—Han salido a concurso unas plazas de violinistas en la Orquesta Nacional y me quiero presentar.
Curra se levanta, alza los brazos, da vueltas sobre sí misma, intenta hablar y mueve los labios, pero la voz no sale de su boca. Se acerca a Chopo, pone las manos sobre sus hombros y hace un esfuerzo para hablarle.
—Chopo, ¿tú sabes lo que dices?
Chopo con altanería.
—Por supuesto que lo sé.
El muchacho mira con ternura a Curra.
-—Te agradecería mucho que me ayudaras a prepararme.
—¿Cuándo son las pruebas?
—Las pruebas son pronto, pero aún no está fijada la fecha definitiva.
—Te ayudaré a prepararte. Olvidaremos el tema del Conservatorio de León y trabajaremos duro para que mejores considerablemente.
Curra se deja caer sobre el sofá.
—Curra no te desanimes, si ensayamos un poco lo conseguiremos.
—Querrás decir si ensayamos mucho.
Después de varios días desayunando y ensayando juntos, veo que hay más familiaridad entre ellos.
Curra y Chopo recogen la mesa y llevan los platos y cubiertos a la cocina.
—Chopo, no me ayudes, es mejor que vayas calentando el violín.
Curra desaparece camino de la cocina. Chopo coge el violín y empieza a tocar una composición que me parece preciosa, los loros también tenemos gusto musical. Chopo termina y mira hacia la cocina. En la puerta de entrada al salón está Curra.
—Has tocado de forma maravillosa el tema central de la película La lista de Schindler,
Mi dueña está muy disgustada. Inmóvil, petrificada, con un mandil puesto, con guantes de fregar, una sartén en la mano izquierda y un estropajo metálico en la mano derecha. La sonrisa tímida de Chopo contrasta con la cara indignada de Curra, su mano izquierda se mueve arriba y abajo con la sartén que estaba fregando; no puede evitarlo y se la tira a la cabeza. Chopo la esquiva moviéndose rápidamente y yo también, me pasa cerca.
—Sinvergüenza, canalla. Te has burlado de mi, ya sabías tocar muy bien el violín. ¿Por qué has hecho esta farsa?, ¿qué persigues?, ¿qué quieres de mi? No te quiero ver más, márchate por favor.
Chopo se acerca a ella, pone las manos sobre sus hombros. Le hace una caricia en la cara.
—Te oía tocar el piano todos los días y te veía con tanto encanto, que me quedaba como hipnotizado. Estaba deseando conocerte y creí que era la mejor manera de conseguirlo.
Será ligón este chulo de barrio.
El enfado de Curra no dura mucho.
—También me veías desayunar sola todos los días y pensaste que era mejor desayunar conmigo, claro que solo con la intención de hacerme compañía.
—No seas mal pensada. Lo siento Curra, te ofrezco mis disculpas. Lo del desayuno es secundario. Si piensas que ese es el motivo, vendré después de que tú hayas desayunado.
Curra se hace la fuerte, pero sus sentimientos están entregados a Chopo.
-—Seguro que tus padres te mandan dinero suficiente para que comas bien. ¿No será que te lo gastas en lo que no debes?
—Entiéndelo Curra, tengo que salir por las noches con mis amigos, también músicos.
—Naturalmente, para hablar de música.
-—¡Claro! y de qué íbamos a hablar.
Chopo le acaricia las mejillas. Coge su violín y se dirige hacia la salida del salón, pero se para un poco antes.
Curra se mueve nerviosa por el salón. Chopo rompe el silencio.
-—Te ha gustado? Como tú sabes es el tema de la película “La lista de Schindler” de John Williams
Curra tarda en contestar.
—Sí, mucho y has puesto el alma en la interpretación.
—Era para ti, pensaba que solo tú me escuchabas.
Y yo qué, no soy nadie.
La tonta de mi dueña se queda bloqueada, inicia unos pasos hacia el muchacho, pero se para en el centro del salón.
—Te espero mañana para desayunar.
Chopo se acerca a ella y besa sus mejillas. Cuando el chico desaparece Curra se acerca a mí.
-—¡Cómo no le voy a perdonar! Seguro que tú lo entiendes. Toca el violín tan bien, está tan solo y es tan guapo… Además, da gusto verle desayunar.
Pasan los días entre desayunos y ensayos. Una mañana después de ensayar, el muchacho recoge su violín. Han terminado el trabajo y se dirige hacia la salida.
—Curra, no podré venir durante dos o tres días. Viene una amiga del pueblo, hija de unos vecinos de mis padres y me han pedido que la enseñe Madrid.
A Curra no le ha gustado la noticia, su cara refleja disgusto; intenta no demostrarlo, pero no lo consigue.
—Ya me avisarás cuando puedas venir.
Chopo se ha dado cuenta, se acerca a ella y le hace una carantoña.
—Sí, te avisaré rápidamente, tenemos mucho que hacer.
Curra se dirige hacia mí.
—No te preocupes, que volverá. ¡Claro que volverá! No entiendo por qué lo dudas. No es su novia, ya lo has oído, es una amiga del pueblo. Y no me mires así, que no estoy celosa.
—Pero tienes celos.
—Lo, tú que sabrás.
Para Curra los días transcurren con normalidad, como otros días más, pero hay una diferencia: mira con frecuencia por el ventanal hacia la habitación de Chopo. Ya de noche, se sienta ante el televisor para ver su serie favorita y, cuando esta ha terminado, va hacia el ventanal de nuevo y mira la habitación de Chopo. Grita.
-—¡No!
Se tapa los ojos. Después de unos instantes baja las manos despacio y se dirige a mí.
—Llevabas razón: es su novia.
Esta situación me está resultando entretenida, desde que apareció este músico de tres al cuarto mi vida es mucho más divertida. Unos días después los veo tan amigos desayunando.
—Cuéntame qué le has enseñado de Madrid a tu amiga.
—Lo típico: el Museo del Prado, el Princesa Sofía, la Gran Vía, el Retiro…
—Por la noche la llevarías a algún espectáculo.
—Pues no, estaba muy cansada y no le apetecía salir, prefería descansar.
—Entonces no tendría fuerzas para nada y tú tampoco.
-—Sí, efectivamente, solo queríamos descansar y dormir.
—¡Ya!
—Curra no sé dónde quieres ir a parar con ese ¡Ya!, pero ese tono desagradable no me gusta. No sé a qué vienen tantas preguntas.
Curra grita.
—¿Por qué me mientes? Os vi en la cama. No es la hija de unos amigos de tus padres, es tu novia.
—Mi cama no se ve desde aquí. Te lo estás imaginando.
Se está poniendo interesante.
—No, vi vuestros cuerpos desnudos reflejados en el cristal de tu ventanal.
—¿Y qué? A tu edad no creo que te asustaras. Que te quede claro: no es mi novia. Hoy son actos normales entre jóvenes amigos, que no obligan a una relación formal.
—Ya, igual que si os bebéis unos vasos de agua juntos.
Chopo se ríe, yo más.
—Pajarraco de que te ríes.
—Curra, en tu juventud seríamos perseguidos por actos impúdicos.
—Oye joven, no me trates como a una vieja desfasada. A lo mejor soy más avanzada que tú. La juventud está en la manera de pensar y se tiene aquí.
Curra da con su mano en la cabeza de Chopo. Continúa con su frase y corta el intento del joven de hablar.
—Y no en la entrepierna. Guarros, que sois unos guarros.
Curra se aleja de Chopo, no puede enfadarse con el chico y su enfado se convierte en risa. Este no puede evitar reírse también. Las risas de los dos cambian el ambiente, que se vuelve más afectuoso entre ambos.
—Y no es la primera vez que te veo con una chica.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que hace unas semanas te vi en la cama con otra chica, morena y alta.
-—¡Ah! Es la amiga de un amigo, que estaba fuera.
-—¿Qué me dices! ¿Te acostaste con la novia de un amigo?
—Sí, pero no se la voy a quitar. El hecho no tiene la importancia que tú le das. Estaba sola, aburrida y la invité a cenar. Cenamos y después nos tomamos unas copas. Era inevitable que prolongáramos la noche en mi habitación. Pasamos un rato agradable juntos y ahí se acabó todo.
Curra se levanta, da pasos rápidos por el salón. Los nervios delatan su estado anímico.
—¡Inevitable! Esto es demasiado. ¡Vaya juventud! No respetáis nada, ni siquiera a vosotros mismos.
Chopo se acerca a Curra por la espalda y le coloca sus brazos sobre los hombros.
—Tu educación fanático-religiosa no te permite tener una mente abierta a los nuevos cambios de la sociedad.
Que caradura tiene el muchacho.
—¡Déjate de historias! El hecho real es que has traicionado a un amigo y la sinvergüenza de su novia es una golfa.
—Estás celosa.
—¡Yo celosa!, ni hablar; no seas engreído. ¿Tú crees que todas las mujeres están locas por ti?
Chopo no deja de acariciar a Curra.
—Estate quieto, me vas a enfadar.
—Que piel más agradable tienes.
Curra se pone de pie, Chopo la gira y le da besos en las mejillas.
—Eres un sinvergüenza, muy sinvergüenza.
Curra hace un silencio y mira con cariño al joven.
—Yo pensaba, antes de conocerte, que eras homosexual.
–¡Yo! ¿Por qué has pensado eso?
—Como te hospedas en la pensión El Arco Iris, me parecía lógico.
—Pues ya sabes que no soy gay.
—Lo pensé en serio hace unas semanas, cuando te vi por primera vez en tu balcón.
Curra hace un pequeño silencio.
—Te confieso que lo pensé y murmuré: ¡qué pena, con lo guapo que es!
Chopo la besa en la boca. Curra se pone de puntillas y deja caer sus brazos a lo largo del cuerpo. El chico la coge de una mano y se la lleva hacia la puerta de salida del salón, Curra se deja llevar. Chopo la mira a los ojos y sonríe.
—Seguro que tienes un dormitorio precioso.
—Canalla. No decías que mi feminidad te coartaba.
—Sí, pero poco.
—Ya lo veo.
¡Qué se la ha ligado!
Y así estamos los tres, en una amigable convivencia. Transcurren los días y las semanas. Curra está contenta y el vividor disfrutando de un buen hotel. Curra está poniendo la mesa para desayunar. Chopo intenta ayudar. Los dos visten albornoces y parecen recién duchados.
—No me ayudes, prefiero que toques algo al violín. Últimamente ensayas poco y las pruebas serán pronto.
Curra se va hacia la cocina. Chopo grita.
—A ver si conoces esto.
Chopo coge el violín, se oye una música maravillosa. Curra asoma la cabeza por la puerta, muy emocionada por la perfecta interpretación del muchacho.
—“La sonata número 6” de Niccoló Paganini.
El joven asiente con la cabeza. Una vez terminada la sonata se sientan a la mesa para desayunar.
—Chopo, tengo que decirte algo muy importante para mí.
La cara del chico refleja susto o quizás miedo.
—No me irás a pedir que nos casemos.
—Claro que no. Yo puedo vivir, y vivo contigo, como os gusta a vosotros los jóvenes, sin ninguna ligazón oficial. Ya no es un problema para mí.
—Así me gustas, cada vez más joven.
—Si, pero ese no es el tema. Por mi edad no puedo tener un hijo tuyo, que me haría mucha ilusión.
Veo a Curra preocupada, se calla, da cortos paseos por el salón. Chopo no aguanta el silencio.
—¡Dime ya lo que estás pensando!
Curra se vuelve hacia Chopo.
—He pensado que también me haría muy feliz tener un nieto tuyo.
—¡Cómo! ¡qué dices! ¡estás loca!
—Ya me has oído, ¡quiero tener un nieto tuyo!
Chopo se levanta de la mesa y da vueltas por el salón; sus gestos denotan angustia. Me divierte verlo así.
—Dime, ¿por qué no puedo tener un nieto tuyo? Tengo tres hijas, mira esta foto reciente en la que están las tres. ¿A que son guapas?
Chopo sigue dando vueltas por el salón y no hace caso de la foto. Curra se acerca a él, con la foto en la mano.
—Por favor, mírala.
—Sí, la miro, pero quítate de la cabeza esta majadería tuya. Esa idea repentina no es realizable.
—De repentina nada, la tengo bien pensada desde hace tiempo. ¿Por qué no es realizable? Tú no tendrías ninguna responsabilidad en el cuidado de mi nieto, ni tampoco la tendría la hija que escojas. Yo asumiría toda la responsabilidad de su crianza y formación.
—No y ¡no!
Curra acaricia al joven y lo besuquea.
—No creo que pongas pegas a acostarte con una de mis hijas, con lo golfo que tú eres no será un problema para ti. Seguro que nacerá un niño tan guapo como tú.
—Curra, no puede ser, como padre tendría unas responsabilidades que no puedo asumir a mi edad.
—No te preocupes por eso, yo tomaré esas responsabilidades por ti. Te firmaré un documento en este sentido.
—Por favor Curra, éste no es un tema de papeles. No rompas nuestra buena relación por esta locura tuya.
Mi ama hace como que no le ha oído.
—Te voy a hablar de mis hijas, verás que son muy atractivas: cada una en su estilo. Por si luego se me olvida, te he apuntado en este papel los teléfonos de las tres, para que llames a la que elijas.
Curra deja el papel en la mesa, haciéndole señas para que sepa donde lo deja.
El chico lo mira con desgana, pero ve inevitable escucharla. Curra le enseña la foto.
—Lola es la mayor.
Con coquetería marca con el dedo en la foto la cara de su hija. Yo la conozco y es muy rara.
—Es muy alta, ha salido a su padre; sus piernas son largas, muy largas. Tiene un estilo elegante, que llama la atención de los hombres por la calle. Espera un momento, te voy a enseñar una foto de cuerpo entero.
Curra va a por otra foto.
-—Ves como no exagero. Está soltera porque no ha querido casarse, pero ha tenido muchos novios. Trabaja en una multinacional. No te quiero engañar: es un poco seca, no antipática, pero…
Chopo no la deja terminar.
—Vamos, que es una desabrida.
—Sí, pero solo un poco.
—¡Ah!
El chico lo está pasando bien, lo toma como un entretenimiento divertido.
—Ahora, te voy a hablar de Carolina.
—Bien, empieza.
—Carolina es ésta. ¿qué te parece?
Curra no espera repuesta. Hace hincapié en las cualidades físicas de su hija.
—Mira que ojos azules tiene. No estás mirando los ojos, estás mirando el escote, golfo.
La señora siempre lo insulta como si fuera un piropo, es verdad que tiene unos ojos muy bonitos.
—Sí, tiene unos pechos muy bonitos.
—Y grandes.
—Lo justo para resultar atractivos. Siempre lleva unos escotes de vértigo. Está casada y tiene dos hijas. Es muy simpática y siempre está de broma. A veces me saca de quicio porque es muy habladora y si la escuchas no para de hablar.
—¡Y tú quieres que tenga un hijo con ella! Cada vez te veo más desequilibrada. Encantado de acostarme con ella, pero de hijos nada de nada.
—Si te acuestas con ella es para tener un hijo, para lo otro lo haces con las golfas de tus amigas.
—Bueno, pero será necesario ensayar antes.
—Sinvergüenza.
Chopo y yo nos reímos a carcajadas. Curra le enseña la foto de nuevo.
—Esta es mi tercera hija, se llama Sandra. Lo tiene todo: es cariñosa, guapa, tiene buen tipo, la tenías que ver en topless. En la playa le hacen fotos sobre todo por la espalda, la tiene muy bonita.
—Vamos, que tiene un culo bonito, como el tuyo.
Curra le hace una carantoña en la cara y sigue con su relato.
—Te voy a enseñar unas fotos que le hizo el famoso fotógrafo Elvis Zoom, son unos desnudos muy elegantes y ella está preciosa.
Curra va a un armario y de un cajón saca unas fotos. Se las enseña a Chopo, que emite un grito de admiración.
—¡Guau!
La sonrisa de Curra descubre su satisfacción porque ve que sus planes pueden seguir adelante. Chopo sigue con sus bromas.
—Oye Curra, el culo de tu hija lo ha heredado de ti.
—Tonto, que cosas dices. Sandra está casada, pero no tiene hijos.
—Y tú quieres que yo le haga uno. ¡Que se lo haga su marido!
—No puede, él no puede.
—Tus tres hijas son preciosas, no les haría ningún desprecio, no las rechazaría si se planteara el caso de follar con ellas.
—No seas basto Chopo, yo no te propongo eso. Te pido que me des un nieto, el acostarse con una de ellas es un accidente necesario.
Se hace un silencio.
—¿Cuál eliges?
—¿Tú has hablado con ellas?
—No, pero ya hablaré cuando tú te decidas. No habrá problema.
—He pasado un rato muy divertido. Me voy a vestir.
Chopo sale del salón y Curra aprovecha el momento para poner el papel dentro del maletín del violín. Cuando el chico vuelve, coge el violín y se dirige hacia la puerta; en el umbral se gira hacia Curra.
—Confío que mañana, se te habrá pasado esta insensatez No cuentes conmigo.
La cara de Curra refleja un gran disgusto, estira los brazos a lo largo del cuerpo y cierra los puños.
Entra en el salón Curra y una chica alta y elegante.
—Lola hija, te agradezco mucho que hayas venido, sé que siempre estás muy ocupada.
Lola se deja de cumplidos y va al grano.
—¿Qué es eso tan importante de lo que me quieres hablar?
—Siéntate y te traigo un café.
Se sientan ambas con sendos cafés, pero Curra tarda en empezar la conversación.
—Mamá dímelo ya, no tengo mucho tiempo.
—Siempre vienes con prisas, soy tu madre y también tengo derecho a que me dediques un poco de tu tiempo.
A Curra se la nota enfadada con su hija. Hace un esfuerzo para empezar a contarle el motivo de la visita.
—Me cuesta un poco, temo que no me entiendas.
—Vamos, claro que te entenderé.
Curra, con voz fuerte, mirando a su hija a los ojos.
—Estoy enamorada.
Lola levanta los brazos.
—¡Qué!
—Ya me has oído: estoy enamorada.
—¡Qué estás enamorada! A tu edad.
—Sí, a mi edad: no soy tan vieja.
Curra levanta la voz.
—¿Y por qué yo no me puedo enamorar?, ¿Me vas a dar tú permiso para enamorarme? No decías que entenderías lo que te dijera.
—Es que esto es muy fuerte. No lo esperaba.
Curra está indignada, repite y grita.
—No lo esperaba, no lo esperaba. Tú solo me has visto como madre, incluso diría que como chacha. Métete en la cabeza que soy también una mujer con sus aficiones, con sus pasiones y con sus debilidades.
Se hace un silencio que rompe la hija. Intento pasar desaparecido.
—Entendido, no es para que te pongas así. ¿Qué planes tienes?, ¿Me has llamado para decirme que te vas a casar? ¿Has analizado las consecuencias de casarte con un señor mayor, que ya tendrá sus achaques?
Curra muestra cierto nerviosismo, se encara con su hija. La mira de nuevo, directamente a los ojos. Se va a liar.
—Primero, no me voy a casar. Segundo, das por hecho que me he enamorado de un hombre mayor que yo.
Mi ama grita y recupera la situación. Con altanería se dirige a su hija.
—Te equivocas, es mucho más joven que yo, ¿qué tienes que decir ahora?
—Mamá, vamos despacio. Tienes un ligue con un joven, tíratelo y punto. No necesitas enamorarte, tienes una mente un poco arcaica.
—Yo me enamoro si me da la gana y del que me dé la gana.
Lola se queda pensativa. Mira a su madre riéndose. Es poco respetuosa, me está cabreando.
—¿Cómo no he caído antes? Últimamente ni me llamabas y cuando te llamaba siempre decías que estabas muy ocupada.
La hija hace un silencio, después se dirige a su madre en tono jocoso.
—¿Ya te lo has tirado?
—¡Qué manera es esa de hablar a tu madre!
Curra entiende que con esta postura de enfrentamiento no va a conseguir sus planes. Se dirige a su hija en términos cariñosos.
—Lola, estoy enamorada de verdad. Mis sentimientos hacia ese muchacho son sinceros y con él vivo unos momentos maravillosos. Necesito tu ayuda.
—¿Mi ayuda?, ¿para qué necesitas mi ayuda?
—Te pido compresión y que no me digas nada hasta pasados unos segundos, mejor unos minutos.
—Mamá, no me preocupes; dime ya lo que quieres de mí.
—Yo, por mi edad, no puedo tener hijos y he pensado que sí puedo tener un nieto suyo. Me haría mucha ilusión.
—¿Quién sería la madre?
Curra la señala con el dedo índice de su mano derecha. La cara de Lola refleja el asombro que le produce la petición de su madre.
—¡Cómo!, ¿me estás pidiendo que yo te dé un nieto?, ¿me estás pidiendo que me acueste con tu…amigo?
Curra mueve la cabeza en sentido afirmativo. Lola se va hacia su madre la coge por los hombros y la mira con furia. Ya se ha liado.
-—¡Estás loca!, ¿cómo se te ha ocurrido semejante majadería?
Curra se dirige hacia el ventanal y Lola al otro extremo del salón. Desde allí le grita a su madre.
—Además, no me gustan los hombres. Soy lesbiana y tú ya lo sabes hace tiempo.
Yo lo suponía, ahora estoy seguro. Lanzo un fuerte garrido. Lola se acerca a mí.
—Tú te callas, pajarraco.
—No hija, tú eres bisexual.
—No, soy lesbiana.
—No es verdad. Viviste con tu primer novio durante tiempo.
—Muy poco tiempo y después de esa desagradable experiencia, tomé otro camino más placentero para mis relaciones personales.
—Eso no quiere decir que con otro hombre no puedas tener experiencias agradables, con el tiempo todos cambiamos de opinión y de gustos. Tú no tendrías ninguna responsabilidad, yo lo criaría.
Lola recoge su chaquetón y se va hacia la salida del salón. Se gira y mira a su madre.
—No y no.
Curra camina por el salón. Cuando está frente a mí me hace una carantoña.
—Hemos perdido el primer intento.
Estoy en la terraza insultando a los vecinos del hotel que me provocan. Curra está sentada en el sofá muy pensativa, hablando sola tan bajo que casi no se la puedo oír. Gesticula con las manos como si estuviera ensayando una conversación. Suena el timbre de la casa. Se levanta rápidamente y va a abrir la puerta. Entran en el salón Curra y su hija Carolina.
—Hola Lo, ¿cómo estás?
No pierdo la ocasión de lanzar un silbido castizo, mirando a su escote.
—Lo, no seas picarón.
Curra se lleva a Carolina.
—Carolina, cómo te agradezco que aceptaras mi invitación tan rápidamente.
—He cancelado un vuelo a Miami, antes una cita con Javier Bardem y una charla de Vargas Llosa en la Biblioteca Nacional.
—Hija, siempre estás de broma. ¿Qué has hecho con las niñas?
—Las he dejado con su padre, así se entera de lo divertido que es pasar una tarde con las niñas. Le he dicho a mi marido que seguro que te encontrabas muy sola y querías pasar la tarde acompañada.
—Pues sí, las tardes son muy largas.
—Te he llamado muchas veces para que vinieras a comer a casa y pasaras la tarde con las niñas. Últimamente no has querido venir.
—He estado un poco ocupada. Te quiero contar una cosa que me ha ocurrido durante las últimas semanas.
—Te noto tensa, ¿has matado a alguien?, ¡qué interesante!
—Carolina, no tengo el cuerpo para bromas.
—Bien, cuéntame.
—He conocido a un hombre y me he enamorado de él.
—Por favor mamá, repite.
—Sí hija, me he enamorado. ¿Por qué dudas de que me pueda enamorar?
—No, si poder puedes, pero a tú edad…
Curra no la deja acabar.
—¡Cómo que a mi edad! Ahora estoy llena de ilusiones y de ganas de vivir. Más que tú, por culpa del tontorrón de tu marido con el que te aburres de lo lindo.
—Bien mamá, dejemos a mi marido en paz. Supongo que me has llamado para contarme como ha sucedido y tus planes. ¿Qué planes tienes? A lo mejor querríais vivir amancebados como se decía antes. Para eso no necesitas mi permiso.
—Carolina tú lo dices todo, no me dejas hablar.
Carolina no se toma muy en serio los problemas de su madre. Se ríe.
—Cuando alguien me pregunte por ti, diré que vives amancebada.
—Hija, no te rías de mi.
—Mamá, una vez superado el susto, me parece bonito que te hayas enamorado. ¿Quién es el afortunado?
Curra muy contenta va hacia el ventanal.
—Te lo voy a enseñar, ven.
—¿Qué me dices, es marica? Se hospeda en el Arco Iris.
Curra se pone seria.
—No es gay. Ves aquel joven, pues es ese.
Tengo que intervenir y en mi leguaje.
—No, marica no es, ya lo he comprobado. Es un chulo ligón.
—Lo, no te permito que hables así de Chopo.
Mirando a su hija.
—No se llevan bien.
—No me lo puedo creer, es mucho más joven que tú. Mamá, ¿estás segura de que te encuentras mentalmente bien? En este momento me empiezo a preocupar muy seriamente por ti. Ahora no me parece tan bonito, debe de tener mi edad. No mamá, esta relación no puede seguir.
Carolina se separa del ventanal y va repitiendo.
—No puede seguir, no puede seguir.
—¿Por qué no puede seguir?, Qué importa la edad. ¿Acaso Julianne Moore, Jennifer López o Sharon Stone están locas y son irresponsables?
—Además, ¿qué tenéis en común? Con esa diferencia de edad los proyectos de futuro son muy diferentes. No puedo pensar, me has dejado bloqueada. Pero, ¿él esta enamorado de ti? Conocerá a una chica joven y te dejará, entonces lo pasarás muy mal. Por favor mamá, piénsatelo antes de tomar decisiones definitivas. ¡Es una chiquillada!
Curra se acerca a su hija y la mira fijamente con gesto enfadado.
—¿Ya has terminado?, ¿Por qué no se puede enamorar de mí?, ¿Acaso me ves decrépita? No me ves como mujer, me ves solo como madre.
Carolina intenta hablar, pero su madre no la deja.
—Te diré: la edad no es ni ha sido problema en nuestra relación, nunca ha salido el tema; eso quiere decir que no nos preocupa. Tenemos en común el amor por la música clásica, él toca el violín muy bien y yo le acompaño al piano, nos pasamos muchas tardes tocando.
—Pero no me contestas a lo más importante: ¿está enamorado de ti?
—Yo le veo muy a gusto conmigo.
—Mamá, eso no es amor.
—Bueno, pero a mí me vale. Como tú dices puede ser una chiquillada, pero para mí son momentos maravillosos. Bendita chiquillada.
—Voy un momento al baño.
—Vete al de mi dormitorio, que está más limpio. No he tenido tiempo de limpiar el otro.
Carolina se vuelve sorprendida a su madre.
—¿Qué no has tenido tiempo?
Curra contesta gritando.
—Sí, no he tenido tiempo. ¿Y qué?
Curra se sienta en el sofá y pasa páginas de una revista sin leerlas.
Cuando Carolina regresa del servicio observa la mirada cariñosa de su madre.
—Hija, siéntate a mi lado. No nos enfademos.
Carolina se queda en el marco de la puerta, en una mano lleva dos cepillos de dientes y esconde la otra mano en su espalda.
—Mamá, supongo que un cepillo es el tuyo ¿y el otro?
—El dentista me ha aconsejado uno para las mañanas y otro para las noches, dice que es más higiénico.
-—Ya, ¿y esta máquina de afeitar, también te la ha recomendado el dentista?
—Vale, un cepillo es de Chopo y la máquina también… ¡y además se la he regalado yo!
—¡Ah! Se llama Chopo ese sinvergüenza y duerme contigo.
—No todos los días, solo algunas noches cuando se nos hace tarde tocando música.
Carolina con ironía.
—Claro, como está tan lejos su cama se queda en la tuya.
Curra se muestra cariñosa con su hija.
—Por favor, siéntate a mi lado.
Carolina accede a la petición de su madre, no de muy buena gana.
-—Te tengo que pedir un favor. No me contestes rápidamente, tómate un tiempo. Por mi edad no puedo tener hijos…
Carolina le corta
—No faltaría más que ese caradura fuera capaz de un milagro y te hiciera un hijo a tu edad.
Curra hace como que no ha oído a su hija.
—Pero me gustaría que me diera un nieto y para eso necesito tu ayuda.
—¿Cómo?
—Hija, qué pregunta. Como se ha hecho siempre.
Curra se calla, dando tiempo y observando la reacción de su hija.
—¿Quién sería la madre?
—Tú.
Carolina se levanta totalmente furiosa, se mantiene en silencio un buen rato. Grita a su madre.
—¿Quieres que me acueste con él?
—Pues sí, no sé otra manera más sencilla.
—Mamá, ¡has perdido el juicio! Estoy casada, lo que quiere decir que tengo un marido, con el que tengo dos hijas.
—Y qué problema hay si tienes otro hijo, el zoquete de tu marido se creerá que es suyo. Tú sabrás coordinar los dos …actos.
Carolina se muestra muy indignada, recoge su bolso y se encamina hacia la puerta. Mientras tanto su madre sigue con su proposición y grita.
—Yo me encargaré de todo: de su manutención, de su educación, le enseñaré a tocar el piano, que tú nunca quisiste aprender.
Carolina se va y se oye un portazo. Curra va hacia mí.
—Se está poniendo difícil. La conozco muy bien, cuando lo piense me llamará. Tú crees que no. Sí, se ha ido muy enfadada.
Curra intenta tocar el piano, las notas suenan desafinadas. Me grita.
—No puedo tocar ni La Vaca Lechera.
Deja el piano y se sienta en el sofá. Coge una revista, pasa las páginas sin mirarlas. Tira la revista; en ese momento suena el timbre de la casa. Me mira.
—¿Quién puede ser? No espero a nadie. Chopo está de viaje.
Se la oye hablar desde el vestíbulo.
—¡Eres tú, Sandra!, ¿cómo no me has llamado antes de venir?, hubiera preparado algo para comer juntas.
Entran en el salón, Sandra coge del brazo a su madre.
—He venido a verte porque estoy preocupada por ti. Me han llamado Lola y Carolina y me han contado las conversaciones que has tenido con ellas. Prefiero que me lo cuentes a mí directamente.
—Es muy sencillo: me he enamorado de un chico muy joven.
—Mamá de sencillo nada y el que, además, quieras tener un nieto lo hace más bien complicado. ¿No crees?
—Hija con tus hermanas no he podido hablar con sinceridad, son muy intransigentes. Contigo me siento más segura, más sincera y más querida. Tú te pareces más a mí.
—Me preocupa que ese chico, que me ha dicho Carolina que es muy guapo, se aproveche de ti. ¿Qué busca ?, ¿no será un oportunista?
—Nada, te puedo asegurar que me ha dado más él a mí que yo a él. Mi vida ahora no es monótona. Desde que murió tu padre no he sido otra cosa que una mujer aburrida. Me dejó solucionado el tema económico y por ahí he tenido tranquilidad, demasiada tranquilidad. Ahora pienso que hubiera preferido tener que buscar un trabajo y salir todos los días a una oficina.
—Lo podías haber hecho igual, no le eches la culpa a papá de que tú no hayas sabido organizarte la vida.
—Puedes llevar razón. Da igual, el hecho es que ahora me siento llena de vida y con mi autoestima en alza. Chopo ha conseguido que me sienta joven.
—Cómo me alegro, mamá.
Sandra le hace una carantoña a su madre.
—Hija, cómo me anima que tú lo veas bien.
—Claro que lo veo bien, al verte tan resuelta y feliz.
—Hija, me da un poco de vergüenza decírtelo, pero hasta me siento irresistiblemente sexy y atractiva.
Sandra ríe a carcajadas y yo también.
—Mamá, ¡qué dices!
A Curra no le gustan las risas de su hija. La mira con dureza.
-—Tus risas me faltan al respeto. Tú me ves vieja y arrugada, solo válida para ir a la iglesia. Pues te diré que hace mucho que no voy.
—Antes ibas con frecuencia.
Curra mira a su hija a los ojos transmitiéndola su enfado y la habla vocalizando despacio.
—Ahora no voy porque no me da la gana.
—Bien mamá, vale; no ha sido mi intención ofenderte.
—Chopo me da cariño y respeto, pero también sexo, ha rescatado en mi una sexualidad pasional, saludable y plena. Nuestra relación es una linda locura.
A Curra se la ve feliz hablando con su hija. La cara de Sandra pasa de la sonrisa a la preocupación.
—¿No buscará en ti un cariño maternal?
—Déjate de psicología barata. No me trata como a una madre, me trata como a una diosa, me siento deseada. Yo no le he buscado, él vino a mí. A las mujeres, a cualquier edad, nos gusta ser conquistadas. A mi edad más.
—Mamá, ¿por qué no le contaste estas cosas a Lola y a Sandra?
—Son unas bordes y no lo entenderían. No son como tú.
—Socialmente el tema no está bien visto. ¿Lo sabes?
—Sí, lo sé. Me da igual, no tengo remilgos. Tampoco los tiene Shakira. Nos une el amor por la música, vamos con frecuencia al Auditorio Nacional, tenemos admiración por Chaikovski y por Puccini. Te encantaría escucharle tocar el violín, mejor que Paganini.
—Eso sin exagerar. Mamá, ¿has pensado que una chica joven te lo puede quitar?
—Edifh Piaf amó y vivió hasta su muerte con un muchacho mucho más joven que ella.
Curra se sonríe.
—Si eso sucede, que te reconozco que puede suceder, me daré a la bebida dura.
Curra se pone seria.
—Sandra te tengo que pedir un gran favor.
Ahora viene lo bueno.
—Ya sé lo que me vas a pedir, entenderás que es imposible. Me gustaría complacerte, pero es irrealizable. Entiéndelo, como sabes no podemos tener hijos y si de pronto aparezco con una barriga de embarazada… Mamá ten la cabeza fría y piensa.
—Ya lo he pensado, te cuento.
—No mamá, no insistas, ¡cómo se te ha podido pasar por la cabeza semejante idea!
—Será porque cuando te enamoras pierdes la cabeza. ¿O no?
Sandra está resignada a escuchar a su madre.
—El problema es de tu marido, pero tu marido puede…
Curra hace unos gestos con los dedos dando a entender que el problema no es de erección.
-—¡Mamá!
—Según me dijiste, el problema era de los espermatozoides y que estaba tomando hormonas sin tener buen resultado.
—Sí, ya dejó de tomarlas hace tiempo.
—Bien, pues ahora se las vuelves a dar. Cuando te quedes embarazada de Chopo él pensará que el hijo es suyo y que ahora las hormonas han dado resultado. Se llevará una gran alegría. Todos contentos.
—¡Increíble!, ¡has perdido la cabeza!
—¿Cuándo te enamoras no pierdes la cabeza? Además, no tienes que preocuparte de su crianza, ni de su educación, yo me encargo de todo.
—Me lo contaron Lola y Carolina y no las creí, ahora veo que es verdad.
—Sandra, tú me vas a complacer ¿verdad?
—No mamá, no puedo ni quiero complacerte.
Sandra recoge su bolso y se encamina hacia la salida, no se despide de su madre. Su cara refleja una gran tristeza. Ya en umbral de la puerta se vuelve para mirar a su madre.
—¿Chopo está de acuerdo con tus planes?
—No, tampoco él.
Sandra se va y Curra se acerca a mí.
—Nadie nos entiende, hemos fracasado.
Hago un gesto de tristeza para que mi ama se sienta acompañada.
Curra se sienta al piano y toca algo muy triste, me dice que es el “Sueño de amor” de Franz Liszt. La interpretación de Curra está llena de sensibilidad.
Las tres hijas visitan a su madre, que parece desconcertada por la visita.
Mira a sus hijas una a una, como preguntándose qué hacen aquí. Claramente la reunión familiar no la esperaba. Las habla con un tono enfadado.
—Ya me diréis a qué habéis venido, ¿por qué no me avisasteis?
Carolina toma la representación de sus hermanas.
—Mamá, nos tienes muy preocupadas, queremos cambiar impresiones entre nosotras y buscar una solución a tu problema.
—Yo no tengo ningún problema, a mi me parece que lo tenéis vosotras.
Curra con mucha sorna.
—Tan modernas que sois…
Se dirige hacia el interior de la casa.
—Os dejo solas, para que solucionéis vuestro problema. Me voy a preparar algo para comer. ¿Queréis comer conmigo?
La madre ha marcado muy bien la palabra “vuestro”.
Lola se acerca a su madre, la coge de la mano.
—Mamá, me sabrás disculpar, no puedo quedarme a comer, tengo una comida de trabajo.
Curra con gesto y tono enfadado.
—No te preocupes hija, si algún día puedes comer conmigo me llamas.
—Bueno mamá, no es para que te enfades.
—Tú, Carolina ¿te quedas a comer?
—No puedo mamá, he quedado para comer con unas amigas del gimnasio.
—Ya solo quedas tú, Sandra. Qué dices.
—Siento disgustarte, pero tampoco puedo. Tengo…
Curra no la deja terminar.
—Cuando terminéis, si no altera vuestros planes, me decís adiós. Estoy en la cocina, comiendo sola.
La palabra “sola” suena como un trueno.
La madre se va claramente enfadada.
Las tres hijas se miran y deciden sentarse en el sofá. Sandra toma la palabra.
—La tenemos muy enfadada.
Carolina hace como que no la ha oído.
—¿Qué solución veis a los deseos de nuestra madre? Yo os planteo una posible salida: dar un dinero al muchacho y que se vaya de aquí.
Lola pone cara de asustada.
—¡Qué dices! Eso es un disparate, se quedaría con el dinero riéndose de nosotras.
Sandra, con una voz tenue.
—No es cuestión de dinero, pienso que hay amor entre ellos. Si mamá se enterase sería su final, no se recuperaría nunca. No nos volvería hablar: su soledad la mataría.
Carolina salta, gritando.
—Sandra, por favor, no digas sandeces. La relación con ese muchacho es para mamá volver a vivir las ilusiones de su juventud. No creo que eso sea amor. Para el golfo de su amigo es una aventura interesante con una mujer mayor de buen ver, porque mamá es guapa y se conserva bien. Pero nuestra madre es una mujer débil de carácter y fácil de engatusar.
De eso nada, con mucho carácter, si lo sabré yo.
—Estás muy equivocada, la veo muy convencida de su relación con el violinista. Muy dispuesta a luchar por sus deseos, estoy convencida de que nos lo va a demostrar. ¿Tú que piensas Lola?
—No podemos olvidar sus relaciones sexuales, probablemente les satisfaga a los dos y eso les una más que un amor platónico. No conocemos en profundidad esta amistad y, por tanto, no sabremos dar con la solución.
Sandra contesta a Lola.
—A lo mejor mamá lleva razón: el problema es nuestro. No nos gusta que nuestra madre conviva con un joven de nuestra edad. ¿Si fuera un hombre de su edad pensaríamos lo mismo?
Carolina mira a Sandra,
—Yo pensaría lo mismo.
—¿Y tú, Lola?
Lola duda unos momentos.
—Prefiero que se ligue a un joven, la veo más viva. Sus ojos están llenos de ilusión, no creo que un señor de su edad lo consiguiera como lo ha hecho Chopo.
Carolina mueve las manos haciendo ver su discrepancia. Se dirige a sus hermanas.
—Vayamos a los hechos que tenemos y no perdamos el tiempo con elucubraciones. Propongo otra solución: buscamos una chica, una chica bombón que se lo ligue y se olvidará de mamá.
Carolina mira a Lola.
-—¿De las qué tú conoces? Esas no valen.
—Serás estúpida, a lo mejor tú las encuentras mejor que yo, entre las amigas de tu marido.
La dos se ponen de pie con intención de seguir discutiendo a gritos.
Sandra se pone entre ellas separándolas, poniendo paz.
—Por favor, sentaos. Dejad de decir tonterías. Aquí estamos para hablar del problema de nuestra madre.
Sandra se acerca a Lola, la mira con ternura.
—Lola, te imaginas el dolor que le ocasionaría a mamá que Chopo la abandonará por una chica joven. Ella está muy enamorada, sufriría mucho. No sé si lo podría aguantar, me da miedo pensar que solución podría tomar. La vitalidad que ahora tiene se la da el amor por ese chico, sin ese amor veo su vida llena del dolor de la soledad. Nuestra compañía y atenciones no serían suficiente.
Se produce un silencio, las tres hermanas miran al suelo.
Sandra, sin dejar de mirar al suelo y después de un silencio, comenta.
—La mejor solución es dejar que mamá viva su vida como ella quiera.
Las otras dos hermanas contestan al unísono.
—¡Qué dices, eso es un disparate! Podríamos tener problemas en un futuro no muy lejano.
—Yo no los veo.
Carolina no deja hablar a Lola.
—Pues yo si los veo.
Lola toma la palabra.
–Si queremos lo mejor para nuestra madre seamos prácticas, yo tengo una solución. Después de estas propuestas solo queda una: darle un nieto.
Carolina y Sandra se miran. Estoy asombrado, jamás esperaba esta propuesta, no será aceptada.
Carolina se dirige a Lola.
—Repite, por favor.
—Mi propuesta es que tú o Sandra le deis un nieto a mamá.
—¿Y por qué no tú?, ¿Acaso estás operada?
Lola se acerca a Carolina con los puños cerrados.
—Como vuelvas hacer alusión a mi condición sexual te rompo la nariz.
—No entiendo por qué te enfadas, si eres lesbiana acepta sus consecuencias.
—Tú no tienes que decirme lo que tengo que aceptar.
Sandra las mira desde lejos, las deja discutir. Parece que la propuesta de Lola le ha ocasionado muchas dudas.
—Dejad de discutir. La idea es muy bonita, a nuestra madre le haría muy feliz. El problema es que ninguna de nosotras está dispuesta a darle el nieto. Yo por lo menos no, no estoy dispuesta a acostarme con el violinista, no sé que pensáis vosotras.
Carolina levanta la voz.
—Pues claro que yo no me acuesto con ese sinvergüenza. Además, como sabéis, si no se os ha olvidado, estoy casada y con dos hijas. Lola es la más indicada, no tiene compromisos.
Lola se indigna con Carolina cada vez más.
—Serás cínica, como si no supiésemos de tus aventuras extramatrimoniales.
Que picante se pone esto.
—Eso no es verdad, te lo estás inventando. Solo por la envidia que me tienes.
Sandra no puede dejar de intervenir.
—Esto no puede seguir con vuestras disputas. Me cansáis, lleváis discutiendo toda la vida. Dejad vuestras discusiones para otro momento y, sobre todo para cuando no esté yo. Por favor, Lola, qué dices tú.
—Yo no quiero tener un hijo, no entra en mis planes ni a corto plazo ni a largo plazo. Profesionalmente sería un desastre para mi carrera en mi empresa. Personalmente no estoy preparada para ser madre.
Se hace un largo silencio. Las hermanas dan pasos sin rumbo fijo por el salón, desesperadas por no encontrar la solución.
De repente las sorprende la entrada de Curra, que no mira a sus hijas ni las dirige la palabra. Se dirige al piano, levanta la tapa y hace ejercicios de estiramiento de los dedos.
Sandra la sigue con la mirada desde que entró.
Empieza a tocar el piano y de pronto, entra por el ventanal una música de violín. La compenetración de los dos instrumentos es total.
Sandra conoce la pieza de música.
—Es muy conocida: tema central de la película “Love Story” de Francis Lai.
Sandra se acerca al ventanal, mira a su madre y mira a Chopo.
Parece claro que Curra y Chopo han elegido esta música para mandar un mensaje a las tres hermanas, que quedan desconcertadas, se miran y se remiran. Se quedan inmovilizadas. Cuando Curra termina la interpretación cierra el piano y sale del salón.
Sandra no deja de mirar a su madre. Cuando Curra ha desaparecido coge su bolso y en silencio se va. Lola y Carolina la imitan.
Curra y Chopo desayunan en un ambiente distendido y alegre. Me sorprende.
—Chopo, tenemos que trabajar duro, las oposiciones serán pronto y tienes que estar muy preparado. No puedes fracasar: es tu futuro.
—Ya ensayaremos mañana, hoy no tengo inspiración.
—De eso nada, hoy trabajamos y mañana también.
—No me quieras llevar por otros caminos. Curra quiero que me cuentes de qué hablaron tus hijas ayer. Lo primero que quiero saber es el porqué de esa reunión, supongo que estuvo motivada por nuestra relación. ¿No es así?
—Sí, querían cambiar opiniones sobre ti y sobre mí. Nada más.
—Nada más y nada menos. ¿Y qué opinan tus hijas de nuestra relación? Cuéntame y después ensayamos, como puedes comprobar he traído el violín.
El violín está apoyado en el piano.
—No te puedo contar nada, me fui a la cocina y, por lo tanto, no participé en su conversación. No tenía interés, prefería que discutieran entre ellas.
—Me voy a creer que no estuviste escuchando detrás de la puerta del salón.
—Te lo puedes creer…
Chopo no la deja terminar.
—No me lo creo, con lo cotilla que eres no pasa por mi cabeza que no estuvieras escuchando. Por favor, cuanto antes me lo cuentes antes empezaremos a ensayar.
Curra no se hace mucho de rogar, está deseando compartir con Chopo la conversación de sus hijas.
—Te lo contaré, hablaban tan alto que era imposible no escucharlas. Créeme, no estaba detrás de la puerta y no me llames cotilla.
Chopo con ironía.
—Te creo. No, si cotilla no eres, solamente que te gusta enterarte de todo.
—Te contaré lo más importante, pues también discutieron mucho entre ellas, incluso hubo tirantez entre Carolina y Lola. Antes de irme las dejé muy claro que el problema, por el que ellas están tan preocupadas, no era mío sino de ellas.
—Te doy la razón, tus hijas tienen un problema. No cabe duda de que te quieren, pero te tratan como a una adolescente o a una persona demente. No saben que tienes la cabeza en su sitio y que sabes lo que quieres.
Chopo pasea por el salón y de pronto se gira hacia Curra.
—Me extraña que no sepan lo cabezota que eres. Contigo están perdiendo el tiempo, seguro que tienes pensado el contraataque.
—Pues no. Tú te niegas a darme un nieto y ellas también. No tengo salida.
—Pero tus hijas plantearían alguna solución a “tu problema”, para eso se reunieron, ¿no?
Chopo subraya con un tono jocoso las palabras “tu problema”.
—Sí, plantearon tres soluciones. La primera darte un dinero para que desaparecieras de aquí.
-—¡Cómo!, ¿he entendido bien?, ¿quién propuso esa estupidez?
—Sí, has entendido bien. Quien lo propuso no te lo voy a decir. Pero lo rechazaron porque no se fían de ti. Piensan que cogerías el dinero y todo seguiría igual, riéndote de ellas.
Chopo, después de la primera impresión, se toma el tema un poco a broma y se dirige a Curra con una sonrisa llena de sarcasmo.
—A mi esta solución me gusta. Te propongo lo siguiente: acepto el dinero…
Curra no le deja acabar, indignada se pone de pie y mira a Chopo totalmente furiosa. Este se separa de su camino, pues ve peligrar su físico.
—Serás sinvergüenza, no esperaba eso de ti.
—Déjame terminar: con el dinero nos vamos los dos a un viaje por dónde tú quieras.
La cara de Curra cambia totalmente, su sonrisa es amplia. La oferta de Chopo le ha llenado de felicidad. Se acerca a él, le hace una carantoña.
—Perdóname que dudara de ti, pero entenderás que no lo puedo aceptar.
—Lo entiendo, solo era una broma que tú te has tomado muy en serio. Naturalmente nunca aceptaría un dinero por desaparecer de tu vida.
Curra lo abraza.
—Te quiero.
Chopo la levanta y gira sobre si mismo.
—Bueno, sigamos. Cuéntame la segunda solución, que esto se está poniendo muy divertido.
—Es muy canalla. La solución era buscarte una chica bombón para que te ligara y así te olvidarías de mí. Cuando lo oí me puse furiosa, hubiera abofeteado a la ponente.
Chopo riéndose.
—No es mala solución, pero tiene que ser un bombón. Haríamos un casting con las chicas propuestas por tus hijas.
A Curra no le gusta la broma del chico. Le grita a Chopo.
—¡Sinvergüenza!, ¡golfo!, ¡granuja!, ¡mujeriego!, ¡indeseable!, ¡bellaco! …
Como me estoy divirtiendo, le ha llamado bellaco, insulto que no conocía y me gusta.
—Para, ¡para!, no te embales.
Chopo se acerca a Curra en acción cariñosa y sonriente. La acaricia y la abraza.
—Cómo puedes pensar que iba a aceptar tan descabellada proposición.
Curra insiste, pero en tono memos beligerante.
—Mujeriego, bellaco.
—Ya solo falta la tercera, que supongo será tan divertida como las anteriores.
—No, no es tan divertida. La solución era que os pusierais de acuerdo entre vosotros para que me dierais un nieto.
-—¿Quién se prestaba a colaborar?
—Ninguna.
Chopo muestra cierto disgusto.
-—¿Ninguna?
—Sí, ninguna.
—Pero, ninguna.
—Ninguna de las tres se quería acostar contigo.
Curra observa la cara de contrariedad de Chopo. Me parece que se ha sentido despreciado.
—No sé porque insistes tanto si tu tampoco quieres colaborar. ¿O has cambiado de idea?
—Claro que no he cambiado de idea.
El humor del bellaco ha cambiado, le noto cabreado.
—Dejemos el tema y vayamos a ensayar.
Curra se sienta en el sofá, primero se tapa la cara con las manos. Después de unos momentos de silencio, que Chopo respeta, levanta la cara y mira al chico con valentía. Este comprende el momento que está pasando Curra y se sienta a su lado. Escucha con atención y cariño.
—Tú serás un gran violinista, tendrás que dar conciertos por todo el mundo. Los viajes serán constantes, primero me llamarás todos los días, después una vez a la semana, y se irán distanciando las llamadas. Conocerás mucha gente, habrá chicas que te gusten y entablarás nuevas relaciones y yo iré pasando a ser tu pasado. Así es la vida, yo lo entiendo y lo comprendo, pero me duele mucho aceptarlo. ¿Por qué quiero tener un nieto tuyo? Para tenerte siempre a mi lado, en una marga soledad. No me basta con los bonitos recuerdos de lo vivido contigo. Tu hijo no podrá sustituirte en mi amor hacia ti, pero me llenará de felicidad al convivir con lo mejor que me puedes dar. Tu presencia seguirá llenado esta casa y mi vida.
La confesión de Curra ha emocionado a Chopo y a mí.
Después de unos momentos Chopo se dirige hacia el violín. Empieza a tocar una melodía muy triste, que no la he oído nunca.
Unas lagrimas corren por la cara de Curra, escucha en silencio, pero no es suficiente para ella. Se levanta y va al piano para acompañar a Chopo en su interpretación.
—Me alegra que la hayas reconocido pronto, como sabes es “La canción más triste del mundo” de Samuel Barber
Curra se acerca mí y me habla con cariño.
—Mis hijas no me vienen a ver desde hace tiempo, solo me llaman por teléfono: Lola todos los domingos, Carolina los sábados y Sandra dos veces entre semana. Pienso que están enfadadas conmigo, aunque me dicen que no. ¿Tú qué crees qué tengo que hacer? Si no fuera por Chopo me sentiría muy mal, ahora lo veo menos: los fines de semana se va al pueblo a ver a su madre, que está muy delicada de salud. Siempre estoy deseando que llegue el lunes.
Suena el timbre de la puerta de la casa. Curra se extraña.
—¿Tú esperas a alguien?, yo no.
Curra va a abrir. Se oye un grito, otro y otro.
—¡Sandra!, ¡Sandra!, ¡Sandra!, ¡Qué alegría!
Curra y Sandra entran en el salón. La hija empuja un carrito de bebé. Curra se acerca al carrito e intenta ver su interior.
—¿De dónde ha salido esta criatura? ¿Es tuyo?
—¡Mamá!, de quién va a ser.
—¿Han funcionado las hormonas que tomaba tu marido?, ¡qué estupendo!
—No mamá, no han funcionado las hormonas, aunque mi marido piensa que sí.
—Cuéntame cómo te has quedado embarazada, ¿has recurrido a la inseminación artificial?
Sandra explota.
—¡Es hijo de Chopo! De tu querido amigo.
—¡No!
-—Sí!
—¡No!
—¡Sí!
—No me lo puedo creer.
—Pues créetelo.
—Hija, ya no me acordaba, hace tanto tiempo que te pedí ese favor que ante tu negativa, he hecho todo lo posible para olvidarlo.
Curra abraza a su hija.
—Cariño, cómo te lo agradezco. Me haces muy feliz.
—No me lo agradezcas a mí, hazlo al sinvergüenza de tu amigo. Me llamó, nos vimos, pero no me conquistó por su físico sino por lo que me decía y como me trataba. Me hacía sentirme muy bien.
—Hija, siento mucho si en algún momento lo has pasado mal.
—No mamá, su sentido del humor es muy ingenioso y me ha hecho pasar ratos buenos, en los fines de semana que nos veíamos.
—¡Ah! Los fines de semana.
—Sobre todo tiene una gran personalidad. No me pude negar a sus pretensiones de contacto sexual íntimo, sabía muy bien como tratarme.
Curra con sorna.
—Si hija, tiene mucha experiencia en el trato a las mujeres.
El chulo tiene éxito, al muy sinvergüenza no le falla una. Bellaco.
Sandra señala con el dedo el carrito.
—Ahí tienes el resultado.
—Te noto cierto gesto de disgusto.
—De todo hay, te seré sincera. Los días que he pasado con Chopo han sido muy bonitos, pero no puedo dejar de pensar que he engañado a mi marido.
—¡Ay hija!, por eso no te preocupes. Él no se va a enterar y además has hecho un acto de caridad con tu madre, que se siente muy dichosa. Ahora somos felices tu marido y yo. Alegra esa cara.
—He hablado con mi marido y, para que podamos seguir trabajando, hemos llegado al acuerdo de que tú tengas al niño durante la semana y nosotros los findes.
—Muy bien, no le faltará nada.
Suelto un grito de alegría, Curra y Sandra me miran.
—Sandra, hasta Lo está contento.
Sandra se dirige al sofá con el carrito. Suena el timbre.
—No espero a nadie.
—Será Carolina, he quedado con ella aquí.
—Bien, voy a abrir.
Curra entra deprisa al salón. Se dirige a Sandra con cara de extrañeza.
—Es Carolina viene con otro carrito. No lo puedo creer, las dos embarazadas.
Carolina entra en el salón llena de alegría. Saluda a Sandra con un gesto de la mano.
—Mamá, aquí tienes el nieto que querías de tu amigo Chopo. Ven, mira como se le parece, tiene sus mismos ojos golfos.
Mi ama está desconcentrada, incapaz de asumir la situación. Hace un esfuerzo.
—Es clavadito sí, con sus mismos ojos de golfillo. Hija, como te agradezco el esfuerzo que has hecho para complacerme.
—Mamá, de esfuerzo nada. Desde que me llamó ya quedé fascinada por su voz. Enseguida nos vimos, fue el fin de semana siguiente.
—Sí claro, el fin de semana…siguiente.
—Mama, ¡y cómo escucha!, me cautivó.
—Sí hija, conozco muy bien sus tretas.
—En su presencia me ponía muy nerviosa, perdía totalmente el dominio de mi misma, con ningún hombre me había pasado: las piernas se me cruzaban solas, luego las separaba y las volvía a cruzar; las manos jugaban con el pelo constantemente… Insisto, nunca me había pasado esto.
Interviene Sandra un poco malhumorada.
—Ya me extraña, con la experiencia que tienes.
—Habló la santita. Ese niño del carrito ¿de quién es?, ¿del torpe de tu marido?, ¿o es también de Chopo? Vaya con la santita, que callado se lo tenía.
Sandra se levanta y va hacia Carolina. Curra se interpone entre ellas.
—Mi marido es más hombre que el tuyo, que es un saco de patatas si no fuera por tu…ligereza sexual no tendríais hijos.
—¡Hijas, por favor, dejad de discutir! No me estropeéis el día. Las dos me habéis dado una gran alegría al cumplir mis deseos.
Carolina se mueve por el salón, quiere continuar con su relato. Se dirige a Sandra.
—Siempre que le iba a ver me ponía minifalda, tú te pondrías unos vaqueros anchos.
Carolina hace un gesto de coquetería moviendo el culo y sigue con su relato.
—Ya en la habitación, nos sentábamos al borde de la cama y hablábamos de todo.
Sandra se está irritando y salta.
—Querrás decir que tú hablabas de todo sin parar, como de costumbre.
—Sí, hablaba más yo. Chopo me escuchaba con mucha atención al mismo tiempo que me acariciaba.
—Pues no hablarías mucho estando sentada al borde de la cama.
—¿Qué quieres decir?
-—¿Necesitas que te lo explique?
—Los preliminares fueron de matrícula. Enseguida descubrió mis zonas erógenas. Utilizaba las caricias, las palabras al oído, los besos y las noches se hacían deliciosamente más largas.
Curra se siente incomoda.
-Hija, ¡vale! No es necesario que entres en detalles.
El tío como se las trajina.
—Ya, los detalles los conocemos todas.
Carolina le da la espalda a su hermana y habla a su madre.
—Mamá, entre semana tendrás que cuidar al niño, a nosotros nos es imposible con las dos nenas que tenemos; los sábados vendremos a por él y el lunes te lo traemos. ¿Te parece bien?
—Claro que sí. Estoy encantada, no le faltará nada.
—Quería un nieto y ahora tengo dos. Dios me ha concedido mis deseos. Soy feliz.
Carolina salta rápidamente.
—No mamá, no metas a Dios en esta comedia, ha sido Chopo el que te ha concedido tus deseos.
Sandra se acerca a su madre, le hace una carantoña.
—Me alegra mucho verte tan contenta.
Carolina, no puede estar callada.
—Mamá, la que te ha fallado es Lola.
Curra se queda pensativa.
—¿Qué sabéis de Lola?
Carolina responde rápidamente a su madre.
—He hablado con ella varias veces, pero hace mucho que no la veo. Siempre dice que está muy ocupada con el trabajo.
—A mí me ha llamado alguna vez y siempre desde un aeropuerto. La última hace pocos días, por cierto, la dije que hoy vendríamos a verte. No mostró mucho interés en venir.
—Hijas, no quiero que perdáis la relación entre vosotras y sobre todo con Lola.
Carolina, con gesto displicente, toma la palabra.
—Lola es muy rara y no es por ser lesbiana.
—Hija, no es lesbiana, lo que ha ocurrido es que no ha tenido suerte con los hombres.
El sonido del timbre rompe la conversación. Curra mira a sus hijas.
—Será Chopo.
Sandra y Carolina se miran. Curra va a abrir.
-—Lola!, ¡Lola!, ¡Hija!, ¿Y esto qué es?
—Mamá, ¡Cómo que esto qué es!
Entran en el salón Curra, Lola y un carrito de niño. Saluda a sus hermanas y observa con extrañeza los dos carritos.
Curra interrumpe sus pensamientos.
—¿De dónde ha salido este niño?
—Es hijo mío.
Sandra y Carolina se miran con cara de extrañeza. La dos al mismo tiempo hablan a Lola.
—¿Cómo que es hijo tuyo?
Lola las mira con desprecio. Curra se acerca a Lola y la acaricia.
—¿Por qué no me has dicho que estabas embarazada? Ya te dije que tú no eras lesbiana sino bisexual.
Curra se acerca al carrito y se agacha, le hace caricias al niño.
—Que guapo es. ¿Cómo te llamas, pequeñín?
—¡Se llama Chopo!
La que ha liado el caradura de Chopo. Estoy muy atento, quiero ver cómo acaba este enredo. Me divierte.
Se hace un silencio prolongado. Curra se reincorpora despacio, sus ojos se humedecen, se acerca a su hija y la abraza.
—Hija, que feliz me haces.
Lola, como si no oyera a su madre, se acerca al ventanal y mira a la pensión de enfrente.
—No lo pude rechazar. Es un seductor muy habilidoso y manipulador. Me atrajo y me sedujo con su maquiavélico control sobre sí mismo, su imagen de superioridad, su envolvente capacidad para desconcertarme. Conseguía que me sintiera como perdida y le veía a él protegiéndome. Potenciaba sus cualidades masculinas.
Lola hace una pausa.
—Me sentía especial a su lado, otra mujer diferente.
—Te comprendemos todas muy bien, hija.
Lola habla a sus hermanas.
—¿Vosotras también?, ¿También de Chopo? Que callado lo teníais.
Carolina y Sandra mueven la cabeza en sentido afirmativo. Carolina la contesta.
—Sí, nosotras también. Tú tampoco habías dicho nada.
—Me pidió que no dijera nada a mamá ni a vosotras.
Carolina interviene.
—Yo se lo tuve que jurar.
Sandra se dirige a su madre.
—A mí me convenció para que no te dijera nada y tampoco a mis hermanas.
El bellaco es listo. Curra opina.
—Sabe hacer las cosas muy bien.
Madre e hijas parecen ponerse de acuerdo.
—Es un seductor irresistible y un gran golfo.
Balbuceo unas palabras.
—Y muy golfo, yo lo supe desde el primer día que apareció por aquí.
Todas las hijas a la vez.
—Lo, ¿por qué no nos lo dijiste?
Ahora va a resultar que la culpa es mía.
Lola habla a su madre.
—Mamá, tú cuidaras al niño de lunes a viernes y el fin de semana me lo llevo a mi casa. ¿De acuerdo?
—Encantada, no le faltará nada.
Las tres hermanas cogen sus bolsos y se juntan en la puerta del salón. La cara de Curra refleja cierta preocupación, mira los tres carritos y mira a sus hijas. Murmura.
—¡Me dejáis sola con los tres niños! y ¿por qué no uno por semana?
Carolina habla como representante de ellas.
-—Te queremos mamá y por eso hemos hecho lo que nos pedías.
Lola se dirige a su madre.
—Con gran sacrificio.
Sandra mira con cariño a su madre.
—Ahora no te puedes quejar.
Curra se queda sola con los tres carritos y sus tres nietos. Oye una música de violín. Se acerca al ventanal, mira hacia la habitación de Chopo y lo ve tocando el violín y mirándola con una carcajada cariñosa. Pone los tres carritos en el centro del salón. Habla a sus nietos.
—¿Por dónde empiezo?
Va haciendo caricias a un nieto tras otro. Por el ventanal sigue entrando la música de un violín alegre.
Curra va al ventanal y después de mirar un rato, levanta el brazo derecho con el puño cerrado.
El violín suena sin parar y a los tres nietos no parece que les guste mucho la música: los tres empiezan a llorar a pleno pulmón. Curra corre de carro en carro intentando callarles. Mira hacia el ventanal de la pensión, grita.
—¡CHOPO!, ¡CHOPO!, yo quería uno, no tres.
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