La mujer que tenía el corazón virgen

ELÍAS LLAMAZARES DE LA PUENTE   R8

                                                                     

 LA MUJER QUE TENÍA EL CORAZÓN VIRGEN

 

En un lunes cualquiera al final del otoño, los rayos solares penetran en un dormitorio, sin piedad, por todas las rendijas de las lamas de una persiana: amanece sobre Madrid.

El sonido de la radio que hay en una mesita, despierta a una joven pareja. Pero esto no es totalmente cierto, la joven no ha dormido en toda la noche. El joven se levanta eufórico, sube la persiana y corre las cortinas. Sobre la cama del dormitorio el sol descubre la cara de una mujer triste, su belleza se ha apagado por una noche dura y sin descanso.

—Dalia, ¿te encuentras bien? No tienes buena cara. Eso lo arreglo rápidamente, te voy a traer un buen café con ese bollo que te gusta tanto y te quedas en la cama un rato más.

—No, Jano. Te lo agradezco, pero me voy a levantar ya.

La mujer se sienta al borde de la cama, mira al suelo, no es capaz de levantar la cabeza y unas lagrimas corren por sus mejillas. Su compañero se sienta a su lado, la acaricia con ternura.

—No puedo soportar verte así. Dime, ¿qué te pasa?, ¿qué puedo hacer yo?

Jano nunca ha visto a su compañera en este estado y le preocupa. No espera su contestación, se dirige a la mesita y coge su móvil: marca un número.

     —CrÍs, anula la reunión de directivos.

La voz aguda de su secretaria se oye en todo el dormitorio.

—¿Para cuándo la paso?

—No hay reunión hasta el próximo lunes. Las demás reuniones de hoy las vas colocando por el resto de la semana.

—Tienes un viaje a la City el jueves, vas y vienes en el día. Ya te tengo los billetes y el coche de alquiler reservado, en este caso con chófer, como me pediste.

Jano se queda pensativo, el viaje es muy importante para el futuro de su nueva empresa. Da paseos por el dormitorio, se para ante Dalia y su imagen despeja sus dudas.

—No, no viajaré. Llama a mister Richardson del Barclays Investment  Bank y discúlpame, cambia mi viaje a la semana que viene.

—Así lo haré. ¿Te encuentras bien?, ¿ le pasa algo a Dalia?

—Estamos bien, es un problema familiar. Si alguien pregunta por mí dile que hoy estoy solucionando un tema familiar y que tengo el móvil apagado.

Jano apaga el teléfono y se dirige hacia la cocina. Vuelve con una bandeja y sobre ella unos cafés y bollería. Coloca la bandeja sobre una mesa pequeña, situada cerca del ventanal de la habitación. Mira a su chica con mucho cariño.

—Tengo todo el día para ti. Ven a sentarte a mi lado.

Dalia se dirige hacia la mesa.  El trato tan cariñoso de Jano la molesta. Esta actitud es habitual en su compañero y le encanta, se siente más que apreciada, se siente querida y se siente más protegida, pero hoy la agobia. Ella, después de un rato de silencio que su chico respeta, balbucea.

—No tenías que haber desmontado todas tus reuniones, estás en un momento crucial para tu empresa.

—Primero eres tú y después mi incipiente empresa. Ahora me dirás qué te pasa.

La mujer juega con la taza de café, su dedo índice gira sobre el borde y su mirada no se levanta de la taza.     El hombre deja que su compañera se tome su tiempo; mira por el ventanal hacia el exterior. Le llama la atención el ruido fuerte de la lluvia sobre los cristales, le sorprende que el sol haya desaparecido obligado por una lluvia torrencial, más propia del invierno que se aproxima. Oye la voz de Dalia y gira su cabeza hacia ella.

—Hace siete meses que nos conocemos y desde hace unos días intento no engañarme, mi corazón lucha contra mi mente y mi mente contra mi corazón. Peleo contra mi misma y tengo mucho miedo a equivocarme, he pensado que lo mejor sería aguantar y esperar a que el tiempo decida por mí. He llorado a escondidas pensando en nosotros.

Jano, asustado, mueve su silla y la pega a la de Dalia. Acaricia su cara demostrándola mucho cariño.

—Dalia, no llego a entender qué te pasa, qué significa que has llorado por nosotros.  Nuestra relación es buena, nos entendemos y nos queremos; qué más podemos pedir. Juntos nuestro futuro será maravilloso.

Jano se levanta, en silencio da pasos por la habitación. Se sitúa frente a Dalia.

—Dime, ¿te he defraudado?

Dalia, haciendo un tremendo esfuerzo, levanta la cabeza y mira a los ojos a su compañero, que puede apreciar las lágrimas que corren por su cara.

—No, claro que no. Pero hoy será el último día de nuestra relación.

—¡Cómo!, ¡qué dices!

—Sí Jano, no es un pronto sin sentido, lo tengo muy pensado.

Jano se mueve por el dormitorio con rapidez y sin rumbo. Dalia se levanta, intenta pararlo, le es muy duro verlo sufrir. Jano se coloca frente al ventanal, el ruido de las gotas de la lluvia le ensordece; habla a la imagen de Dalia reflejada en el cristal, su voz profunda se torna suave.

—Yo te quiero con mis cinco sentidos, no me puedo imaginar un futuro sin ti.

El hombre seguro de sí mismo, emprendedor, duro con los demás y hasta agresivo cuando necesita serlo, está bloqueado por los acontecimientos. Se gira hacia Dalia.

—¿Has dejado de quererme?

Dalia grita.

—¡No! y ¡no!, mi amor ha ido creciendo con el tiempo. Desde ese maravilloso día que nos conocimos, no ha habido en mí otro pensamiento que tu amor. Nunca he sido tan feliz. Te quiero, te querré siempre y toda mi vida me acompañarás dentro de mi corazón.

Jano está muy confuso, siente que no domina la situación. Se ve vencido por los acontecimientos y no lo puede soportar. Nuevamente se gira hacia el ventanal, se queda pensativo, un tremendo y doloroso silencio llena el dormitorio. Busca a Dalia por la habitación, la mira con dureza, recupera su instinto de líder alfa y su voz es grave.

—¿Entonces? No entiendo nada del porqué de tu decisión.

Dalia, no puede mantener la mirada de su compañero. Se dirige hacia el ventanal, se coloca al lado de su chico, este la sigue con la mirada. El cristal refleja los rostros de los dos. Las gotas de la lluvia sobre el cristal se confunden con el reflejo de las lágrimas en la cara de Dalia, que haciendo un gran esfuerzo mira la imagen reflejada de Jano.

—He tenido varias relaciones amorosas y siempre creí que me había enamorado, que mi corazón había participado en mis amores. Ahora me he dado cuenta de que no fue así.

Dalia se gira hacia Jano, lo mira con tanto amor que sus ojos son la mejor expresión de lo que siente por él. Tiene la necesidad de dejar muy claro a Jano su amor.

—Contigo he descubierto mi tremendo error: creí que mi corazón participaba en mis relaciones sentimentales… hasta que te conocí. Contigo mi corazón empezó a sentir nuestra relación con total entrega Ahora me he dado cuenta de que antes mi corazón no lo vivía.

Se queda silenciosa y pensativa. Se acerca a su compañero, le coge de las manos y le murmura con una voz cálida.

—He descubierto que era una mujer con el corazón virgen. Tú has roto mi virginidad, mi corazón participa totalmente en nuestra relación. Mi corazón siempre será tuyo.

Un golpe fuerte de viento abre el ventanal y la lluvia entra en el dormitorio mojándoles, ninguno de los dos se mueve. Dalia deja que el agua de la lluvia y de sus lágrimas resbalen por su cara. Jano tiene los brazos pegados a su cuerpo y cierra los puños con fuerza.

—Dalia, por favor, no entiendo nada. Después de lo que me has contado, ¿Por qué tiene que ser este día el último de nuestra relación tan maravillosa?

 

 

 

SIETE MESES ANTES

 

Un joven se acerca a la barra de la sala de fiestas Florida Park y, antes de pedir una consumición, da un vistazo a toda la sala, con un gesto de cliente habitual. El ambiente es el típico de un viernes, todas las mesas están ocupadas y en la pista de baile danzan sin freno un grupo numeroso de jóvenes al ritmo de la música más actual. En un extremo de la pista una pareja mayor baila lento y muy “amarraditos”, para ellos la música disco es un bolero de un tiempo pasado. Desde una gran mesa redonda, situada en el rincón derecho de la sala, un grupo de amigos le saludan, a los que él corresponde con movimientos de su mano derecha indicándoles que tranquilidad, que ya irá.

El camarero se dirige a él, en tono de viejos conocidos.

—Quico, ¿qué gin tonic te pongo hoy?, ¿tienes el ánimo subido o tristón?

—Paco, prepárame un gin tonic con lima y menta, pero no te olvides de que me gusta con la ginebra The Botanist. He venido deprisa y tengo calor, me refrescará.

—Por supuesto, no me olvidaré y como siempre el limón sin corteza. Tienes toda la noche por delante, ¿por qué esas prisas?

—He quedado con mi primo Jano y no quería que él llegara antes que yo.

—¡Jano! me alegrará verle, ¿cuánto tiempo lleva viviendo con los americanos?

—-Cinco años, pero ahora viene para quedarse aquí. Tiene el proyecto de montar su propia empresa en España, dedicada a la robótica.

—Eso debe ser muy difícil.

—Sí, pero Jano lo conseguirá, es emprendedor, muy trabajador y tiene las características de un líder.

—Para montar esa empresa hará falta mucho dinero.

    —Claro, pero Jano lo tiene todo ya estudiado. Hay fondos de inversión en Londres dispuestos a poner dinero en su empresa.

    Los amigos de Quico le gritan desde su mesa; tienen por costumbre reservar esa mesa con cierta frecuencia.

—Quico, ¿te llevo el gin tonic a la mesa?, hay una chica que te espera hace tiempo. Me ha preguntado si venías hoy.

—No, prefiero esperar a mi primo aquí. Por ahí viene, está bajando las escaleras.

Jano saluda con la mano a Quico, pero se para en la escalera, le llama la atención el bullicio y la alegría que ve en la pista de baile. Baja unos escalones más, se detiene de nuevo y se queda absorto. Mira con intriga  la pista, ahora concentrando su atención en una joven que baila en un grupo de cuatro personas. Se dirige rápido hacia su primo.

—¿Conoces a esa chica?

—¿Qué chica?

—¿Cómo que qué chica? Sabes muy bien a quién me refiero. La que lleva una minifalda negra, medias negras y botas altas con taconazos.

—Negros

Jano se siente molesto con su primo que lo está tomando el pelo, le grita.

—Sí, negros y un suéter con cuello cisne, ajustado, sin mangas y blanco con unas finas líneas horizontales negras.

—Jano, no sé a que chica te refieres, ¿…me puedes dar más detalles?

    Quico se ríe a carcajadas.

Los gritos de la mesa saludando a Jano suben de volumen, lo que impide que conteste a su primo, al que mira con cara de pocos amigos. Corresponde con un saludo de  manera rutinaria, tampoco ha saludado al camarero que espera detrás del mostrador en un silencio discreto.

—¿Qué le sirvo, señor?

—¡Oh! Paco, perdóname. Estoy tan emocionado por encontrarme aquí, que no respondo de mis actos.

Jano se sube a un taburete para abrazar al camarero.

—Por favor, ponme lo mismo que a mi primo.

Jano coge del brazo a Quico y le habla al oído.

—No me tomes el pelo. Seguro que la conoces, ¿por qué no quieres decírmelo?

—Se llama Dalia, pertenece a nuestra pandilla y es hermana de Roberto.

Quico, muy serio, hace un silencio que pone nervioso a Jano, pero aún quiere incordiarlo más.

—Y está bailando con su novio o compañero, como tú quieras llamarlo, que además es amigo mío.

—Y eso qué importa.

Los dos primos van hacia la mesa de sus amigos. Detrás va Paco con los dos gin tonic. En el corro de la mesa se produce un gran alboroto, todos abrazan a Jano. Los  dos primos se sientan a la mesa, Jano con discreción se sienta en una silla mirando a la pista de baile. A su lado y de pie, mirándolo con tono chulesco y bromista, se coloca una de las chicas del grupo.

—Perdona Paula, ¿estabas sentada aquí?

—Si Jano, pero no importa, me siento en esta otra silla, cambio las bebidas y todo solucionado. Así ves mejor a Dalia.

Jano se queda desconcertado y bloqueado, no sabe como salir de este apuro. Se hace el despistado.

—¿Quién es Dalia?

—Por favor Jano, tú serás muy listo, pero no sabes hacerte el tonto.

—Discúlpame Paula, solo quería ocultar la impresión que me ha causado por lo bien que baila. Soy un poco introvertido.

—¡Ya! ¡Ya! lo comprendo. Mira, Dalia viene hacia aquí, te la presentaré. Ella empezó a venir con la pandilla cuando tú estabas ya en América. No tendré más remedio que presentarte también a Alex, su compañero sentimental.

Paula ha remarcado, vocalizando muy despacio, “Alex, su compañero sentimental”.

—Paula, ¿por qué me resaltas que Alex es su novio o compañero? Te he confesado que me ha impresionado por su baile tan…seductor, pero no tengo interés en esa chica.

—¿Y por sus tetas?

—Paula, sigues tan borde como siempre.

—Bueno, diré pechos. No me he dado cuenta de que estoy hablando con un licenciado …del Massachusetts Institute of Technology.

    Paula ha puesto una voz gruesa para recalcar que se refiere a un conocido centro de estudios.

Jano no hace caso al comentario de Paula.

—Ya, y por eso casi te caes bajando la escalera sin dejar de mirarla.

Jano ya no escucha a Paula.  No quiere mirar a Dalia, concentra su mirada en su copa. Se queda pensativo, hablando con la copa, pero nada sale de su boca.

Cuando estaba bajando las escaleras tan lentamente, no podía dejar de mirar a aquella mujer. Sus movimientos provocativos en el baile eran como lanzaderas de rayos láser, que salían de sus pechos y de sus caderas, que se introducían en mi y que me elevaban en el aire llevándome hacia ella. Intentaba no mirarla y centrarme en los escalones, pero era inútil, aquellos pechos y sus caderas no me permitían pensar en mi equilibrio bajando la escalera.

    Veo que se acerca a la mesa y he de tomar una decisión: nada de coqueteos, seré discreto y a esperar: esta táctica siempre me ha dado buen resultado. Esperaré a que ella dé una señal positiva. Claramente me he enamorado de esa mujer portadora de un físico espectacular, y de una sonrisa de diosa, pero no tengo señal alguna de que ella se haya fijado en mi. Una vez, un amigo me dijo que las mujeres son más lentas en el enamoramiento que los hombres; este pensamiento me consuela un poco. Esperaré.

 

El grupo de los cuatro bailarines se acerca a la mesa, Dalia se hace la remolona, es la última del grupo. Da la impresión de estar distraída  pero está muy concentrada en sus pensamientos, hablando consigo misma.

  Quiero ser la última en acercarme a la mesa de mis amigos, tengo que pensar, gano tiempo si hago el gesto de colocarme bien los zapatos. Le he visto bajar las escaleras lleno de seguridad, me ha parecido un poco chuleta. El color rojo de su camisa ha acentuado mi impresión. He notado cosquilleos en mi estómago. No me ha gustado nada esta sensación, es síntoma de debilidad, de dar facilidades al contrario y tengo la sensación de que este lo aprovechará.

    Al llegar a la mesa, veo que mis compañeros de pista le saludan y Paula me lo presenta. No abro la boca, no quiero participar en las alabanzas de este tipo engreído, pero no puedo evitar estar interesada en observar su comportamiento.

 

   Todos le preguntan por su experiencia en EEUU y por su nueva empresa. Contesta con amabilidad y muy seguro de sí mismo. En sus repuestas demuestra su inteligencia y lo que me gusta es que sabe escuchar, no es un charlatán vacío. Tiene un esquema claro: escucha, reflexiona y contesta. Paula le hace una pregunta, Jano la mira con una mirada cariñosa y con una sonrisa bonita y seductora, su contestación la hace con mucha ternura y transmite seguridad en sí mismo.

    Siento como si la repuesta no fuera para Paula sino para mí. Coquetea con Paula, las risas de mi amiga me empiezan a molestar, más cuando esta me mira entre risa y risa. La abofetearía.

    Le llaman de una mesa cercana y se levanta para saludar a la persona que le llama, no puedo evitar mirar su trasero que me parece firme.   

 

El grupo de amigos pasa la noche divirtiéndose entre copas, bailes y bromas, ajenos a la hora que es, pero una voz por la megafonía los vuelve a la realidad: “señores, amigos… hemos llegado hasta la hora de apertura autorizada, debemos cerrar, les rogamos que vayan saliendo”. En la mesa de Quico y sus amigos alguien grita: “yo no me quiero ir”, otro le apoya:” yo tampoco”. Paco, el camarero que siempre les atiende, se acerca a la mesa y empieza a retirar las copas vacías y medio llenas. Todos se abalanzan sobre las copas que hay en la mesa sin preocuparse de quien son, para dar el último trago antes de que Paco las retire. Las manos  de  Dalia y Jano coinciden rápidas en la misma copa, las manos quedan unidas.

—Creo que es mi copa.

—No, es la mía.

—Te confundes porque es la mía.

—Pero yo estoy convencida de que es mi copa.

Los dos rompen a reír. Las manos permanecen juntas, los dos se retan con la mirada, ninguno hace intención de quitar la mano. Paco les saca de su ensimismamiento. Los dos son conscientes de que el duelo continuará.

—Siempre me la organizáis. Por favor, tenemos que cerrar.

Todos se levantan, recogen sus cosas y se dirigen hacia la salida en varios grupitos. Las últimas son Dalia y Paula, la charla es muy animada, dan un paso y se paran, lo repiten varias veces y así la distancia con el grupo se hace cada vez mayor.

Desde la puerta del Florida Park se divisa un rincón del Retiro en completa soledad, que hace que resalte toda su belleza. Si de día El Retiro es un jardín precioso, por la noche es fascinante. Las luces de las farolas marcan zonas iluminadas, y otras quedan en oscuridad, ofreciendo a la vista un paisaje muy contrastado y misterioso. Zonas iluminadas y  zonas oscuras se combinan en una imagen que seduce. Las estatuas dan frialdad a la noche, parecen almas vigilando: la de Martínez Campos cerca y poco iluminada, la de Ramón y Cajal casi sin luz y tapada por las ramas de los árboles y, sobresaliendo por encima de las copas de los árboles, la estatua ecuestre de Alfonso XII.

Detrás de las amigas aparece Jano, Paula lo ve acercarse, pero Dalia no se da cuenta y solo siente que la tiran de una mano, no se atreve a mirar. No la cabe la menor duda de quien la ha cogido la mano, mira a su amiga como pidiéndole ayuda. Paula sonríe.

—No te preocupes, sabré dar una explicación convincente.

Todos los amigos se dirigen en varios grupos hacia la salida por la Puerta de la Reina Mercedes, que da a la calle Menéndez Pelayo. Los gritos se centran en discutir dónde continuar la noche. Jano y Dalia se esconden detrás del recinto del Florida Park, esperan a que el grupo se aleje Ya con las voces de sus amigos lejos, caminan despacio y silenciosos, por sendas marcadas por setos, hacia la esquina del Retiro formada por las calles Menéndez Pelayo y O´Donnell. Es un rincón misterioso con la Montaña Artificial, se paran para observar lo extraño del lugar. Se miran como pidiendo una explicación de este rincón tan extraño, y ríen dando a entender que poco les importa el misterio, pero su risa se hiela al oír a sus amigos que suben por el exterior de la valla, por la calle Menéndez Pelayo.

Jano tira de Dalia, se esconden debajo del arco de entrada a una sala de exposiciones que hay en la Montaña, la intimidad se ve incrementada por la oscuridad. Sus cuerpos en total contacto les animan a unas miradas cómplices y provocadoras, que acaban en un beso profundo.

Sobre el Retiro empieza a llover con poca intensidad, pero el ruido de las gotas sobre las hojas caídas de los árboles, en un otoño que pronto dejará paso al invierno, rompe el silencio con una música agradable creada por la naturaleza. El viento colabora con los sonidos que provoca en las ramas de los árboles.

—Dalia, ¿te parece bien que crucemos el Retiro y salgamos por la salida de la Cuesta Moyano? Así podemos disfrutar de toda la belleza otoñal y nocturna del Parque.

—Buena idea, tú marcas la ruta. Yo me oriento muy mal.

Jano y Dalia pasan y se paran a observar, entre luces y sombras, las ruinas de la Ermita románica de San Pelayo y San Isidoro. Jano matiza bromeando.

—Aquí los besos son puro romanticismo, estas ruinas son una muestra del románico puro de la provincia de Madrid.

Cualquier pretexto es aprovechado por la pareja para que sus miradas acaben en un abrazo sin fin.

—Ahora nos vamos al sitio más romántico y coqueto del Retiro, seguro que lo conoces.

—No lo sé, tú me dirás.

—Es la Casita del Pescador.

—Pues no.

—No puede ser, habrás venido muchas veces.

—Sí, pero por esta zona es la primera vez que vengo.

—Mira, ahí la tienes. Entremos en este cuento de hadas.

—No me lo puedo creer, aquí en el centro de Madrid un estanque que rodea una casita. ¿Para qué?

—Para pescar, el impresentable rey Fernando VII mandó construir este estanque y la casita para venir a pescar. ¿Has oído mayor estupidez?

—Bueno, por lo menos nos ha dejado un conjunto precioso.

La pareja está seducida por el momento y un lugar tan bello. El silencio se apodera de ellos, entran por la pasarela a la zona de la casa. Dalia se pone de puntillas y besa a Jano, que aprovecha la situación para coger a la chica en brazos y así dar la vuelta a la casita. La dejan totalmente rodeada de abrazos y besos.

Dalia, aún en brazos de Jano, le pregunta.

—¿Cuántas chicas has traído aquí?

—Cómo me preguntas eso, si sabes que llevo muchos años en EEUU.

—No me quieres contestar.

—Solo a ti,

—Mentiroso.

Dalia acepta la repuesta con una sonrisa.

Pasan entre los monumentos a Alfonso XII y a Martínez Campos, caminan siempre por sendas pequeñas y estrechas, donde los árboles entrelazan sus ramas creando una cubierta vegetal que les protege de la lluvia, aunque parece no preocuparles. El paseo nocturno es lento, combinan sus risas con miradas intensas que siempre acaban en largos abrazos y besos. Se preguntan por sus trabajos, sus gustos, en definitiva por sus vidas.

Cuando llegan al comienzo del Paseo de Cuba, Jano propone a Dalia introducirse por el jardín de los Planteles.

—Esta zona es la más salvaje del Retiro, un jardín tradicional madrileño muy umbrío y fresco.

Cuando han caminado un buen trecho por la zona más oscura del parque, Jano se da cuenta de que Dalia tiene frío y un poquito de miedo. La abraza y la acerca a su cuerpo.

—Salgamos de aquí, parece que tienes frío.

—Sí, te lo agradezco.

Continúan por el Paseo de Cuba, más iluminado, hasta la fuente del Ángel Caído. Se paran para contemplar el conjunto escultórico.

—Dalia, esta estatua tiene muchas historias y dicen que es la única de Lucifer que hay en el mundo, aunque dudo que sea cierto. La altitud respecto al mar es de 666 metros, el número del diablo. La escultura es magnífica, como  corresponde al ángel más hermoso, que por desafiar a Dios cayó del paraíso a la tierra. No le debió de gustar mucho, por la cara de espanto que tiene.

—Nunca me había fijado en ella, es tremendamente bella.

—Para muchos entendidos la más bella de Madrid.

Ahora la lluvia es fuerte, sus ropas están totalmente empapadas, giran a la derecha para bajar hacia la salida que ya ven. Dalia se fija en que a su izquierda hay un pequeño grupo de pinos aislados del resto de vegetación del Parque. Tira de la mano de Jano y lo lleva hacia este rincón.

—¿Adónde me llevas?

Jano sonríe y se deja llevar.

—No me quiero ir del Retiro.

Las primeras luces del amanecer empiezan a formar las sombras de los árboles sobre la tierra mojada, a la vez que se reflejan en los charcos, dando vida a un Parque dormido. Dalia insiste.

—No nos vayamos aún.

Se pone de puntillas y besa a Jano, el beso es largo, como teniendo miedo de que después del beso todo se acabe. La lluvia moja el beso. Dalia respira profundamente, levanta los brazos y da vueltas sobre sí misma. Grita llena de felicidad.

—Los que no se hayan besado en el Retiro bajo la lluvia, no saben lo que se pierden.

—Si Dalia, por eso nosotros lo hemos dejado lleno de besos.

—¿Tú crees que se perderán?

—No, mientras tú los recuerdes.

—No me quiero ir del Retiro.

Jano le pasa su brazo por la cintura y Dalia, mimosa, se deja llevar.

Salen del Parque. Al iniciar la bajada por la Cuesta Moyano, ven pasar un taxi, no dudan en cogerlo. Dalia, desde el interior del taxi, mira hacía el Retiro con nostalgia y …preocupación. Piensa que

No es posible mejorar estos momentos de felicidad.

Un gesto de tristeza marca su rostro, intentando eliminarlo con una sonrisa a Jano.

Jano da al taxista la dirección de su casa, mira a Dalia y ésta consiente con un movimiento afirmativo de cabeza.

 

 

 

Lo primero que hacen al llegar a la casa de Jano es darse un baño juntos, que adornan con continuas carantoñas y bromas, como una continuación de las de El Retiro. Al salir de la bañera Dalia seca la espalda de Jano y éste corresponde con un secado total de Dalia, que sonríe satisfecha.

—Eres un sinvergüenza, me sé secar sola.

—Seguro, pero yo lo hago mejor.

Jano sale y vuelve con una de sus camisas.

—Ponte esta camisa mía, no tengo nada mejor.

Dalia ya no usará otras prendas, unas camisas de Jano serán su camisón y otras su bata para estar por casa. Se ve atractiva y sobre todo muy contenta por ponerse las camisas de Jano. Esto la produce cierta satisfacción.

—Jano, ¿preparamos algo para comer?

—Muy bien, a mí tampoco me apetece salir. Vamos a ver qué tengo en la cocina.

Él ve un bote con garbanzos cocidos y un paquete de pisto.

—Te haré mi especialidad, unos exquisitos garbanzos con pisto, seguro que nunca los has comido.

—Yo te haré un par de huevos fritos con un toque de pimentón y si lo tienes picante mejor.

Comiendo, Jano explica a Dalia, sus planes empresariales con más detalle; esta queda fascinada por su talento, por su sana ambición y por su empuje.

—Ahora cuéntame tú qué haces y cuáles son tus planes de futuro. En el Retiro me contaste algo, pero ahora quiero más.

Dalia, después de un silencio, explica en qué consiste su trabajo en una empresa nacional, dedicada a las energías renovables. La atención de Jano y sus preguntas le transmiten sensación de seguridad, nunca la habían escuchado así, con tanta atención y con preguntas muy interesantes.

Pasan un día muy agradable que se les ha hecho corto, pero empieza a anochecer.

—Dalia, te propongo que hagamos que la tierra deje de dar vueltas sobre si misma y paremos el día ahora.

Con un cruce de miradas consideran que es el momento de volver al dormitorio.

La noche une no solo sus cuerpos sino también sus sentimientos, sus emociones y sus corazones. Jano ve como Dalia se empieza a dormir y le acerca sus labios al oído: “Si la felicidad es puntual, yo con este momento no necesito más”. Los dos caen en un profundo sueño.

A Dalia, horas después, la despiertan los ruidos que proceden del exterior del dormitorio. Alarga su brazo buscando el cuerpo de Jano   se sorprende: no está en la cama.

—Jano, ¿dónde estás?

—Aquí, en el vestidor. Estoy vaciando este armario para que puedas colocar tu ropa.

Dalia se queda pasmada, piensa: “no hemos hablado de venirme a vivir aquí, no puede ser, esto va muy rápido… me lo tengo que pensar. No es suficiente vivir un fin de semana maravilloso para tomar una decisión tan importante. Le pediré que me dé un poco más de tiempo.

Se pone la camisa de Jano que está en el suelo, a los pies de la cama. Sale del dormitorio en busca de Jano y lo ve limpiando un armario ya vacío, y que le señala con las dos manos.

—A tu disposición.

Dalia le mira a los ojos como buscando una explicación, pero el resultado es lo contrario: se ve seducida por la sonrisa de Jano.

Dalia no puede evitarlo, se lanza de un salto sobre él y lo abraza.

—Estamos locos.

Él repite y repite.

—Estamos locos.

—Sí, Jano. Parecemos críos en su primer amor.

    —No se puede ser feliz sin unos gramos de locura.

    —Si te parece vamos a mi casa a por la ropa más necesaria. Mañana tengo que ir a trabajar. Ya me traeré mis cosas poco a poco.

 

 

 

Durante los siguientes días Dalia va descubriendo cualidades de Jano, con la intención oculta de convencerse de que ha hecho bien en irse a vivir con él, piensa y piensa: su integridad moral le da un atractivo muy superior a su físico, su bondad y empatía me transmiten confianza. Desde luego no es gracioso, pero su sentido del humor es inteligente y me hace reír con sus ironías, que son frecuentes. Saber que lo tengo para mí me da ánimo, no le he visto coquetear ni mirar a otras mujeres, solo tiene ojos para mí, su fidelidad es un atributo sexy. Desde luego estoy loca por él, pero he descubierto su lado más vulnerable, que para mi lo hace irresistible: el romance que vivimos demuestra la gran pasión que siente por mí, lo que le hace más débil, pero de lo que nunca me aprovecharé. Una vez Jano me dijo que el enamorarse es un estado de debilidad del hombre, que él no se podía permitir. Después soltó una tremenda carcajada.” Debió darse cuenta de que quizás no lo cumpliría.

    En los siguientes meses de convivencia Jano es amable y cuidadoso, con frecuencia la lleva flores sin ningún motivo especial. La halaga por su forma de vestir, por su pelo, por su estilo… La invita a los mejores restaurantes,  a las discotecas de moda, a las mejores óperas en el Teatro Real y a los conciertos más prestigiosos en el Auditorio. Los fines de semana son una sorpresa para ella, todos visitando lugares bonitos.  No hay tope de gasto con tal de complacerla, pero ella…

 

 

HAN PASADO SIETE MESES DE CONVIVENCIA, VOLVEMOS AL MOMENTO ACTUAL

 

Jano repite.

—Dalia, por favor, no entiendo nada. Después de lo que me has contado, ¿por qué tiene que ser este día el último de nuestra relación tan maravillosa?

La voz de Jano es rotunda, se gira hacia Dalia.

—Por favor, tengo derecho a una explicación.

—Claro y te la voy a dar, espero que me entiendas. Han pasado siete meses, solo siete meses y observo últimamente que nuestra relación va perdiendo todo el encanto y la magia con la que nació.

—¡Cómo!

—Déjame seguir. Ahora, cuando salimos siempre vamos a los mismos sitios, ya es como un ritual: a los mismos restaurantes, a las mismas discotecas, al Teatro Real, al Auditorio… a Segovia ya hemos ido cuatro veces.

—Dalia, las relaciones evolucionan y pasan por varias etapas: pasan de ser muy románticas a más profundas, pero no por ello son de peor calidad.

—Sí, pero yo tengo miedo. No quiero perder el embrujo de nuestro amor, no quiero que nuestro amor se diluya poco a poco y pierda la esencia que nos ha enloquecido maravillosamente. Intenta entenderme, por favor. Últimamente me ha dado por observar a parejas que llevan muchos años juntos y he sacado la terrible conclusión de que una convivencia larga mata poco a poco la pasión y el amor.

—Matará la pasión, pero no el amor.

—La rutina es el asesino del amor y no quiero que a nosotros nos pase. Prefiero seguir conservando nuestro amor, aunque te pierda a ti.

—Nosotros no tenemos rutina en nuestra relación.

—No te has dado cuenta, pero si la tenemos, ha entrado sigilosamente.

Jano está vencido, no sabe cómo reaccionar.

—Comentando este tema con una amiga de mi madre me dijo: “después de muchos años solo te queda, en el mejor de los casos, el cariño del roce y el compartir hijos con un señor, que termina volviéndose un elemento más del decorado.

—¡Qué visión más terrible! ¿cómo puedes aceptarla como un dogma? ¿cómo puedes generalizar la vivencia de esa mujer estúpida y simple? ¿Tú le has preguntado si ella se siente como un sofá o una lámpara de su salón?

Jano no oculta su enfado.

—Pregúntale a su marido como ve a su mujer: si los años la han hecho más cariñosa o por lo contrario más intransigente, más mandona…seguro que no la ve como una parte del decorado, aunque a veces le agradecería que lo fuera.

Dalia intenta que Jano no incremente su enfado.

—Quizás sea una relación de matrimonio habitual. Este matrimonio convive sin discusiones y sin que nada altere la paz del domicilio conyugal ni la de ellos dos. Ni siquiera hablan entre ellos, porque ya saben lo que piensa cada uno de cualquier tema que surja. No lo quiero para nosotros.

Jano no quiere interrumpirla, la mira y analiza sus gestos. Su amor por Dalia le hace sufrir por lo mucho que ella está sufriendo.

    —Dalia, la convivencia no mata nada, las personas vamos cambiando con el tiempo, lo que hace que la relación entre la pareja también cambie. Hay relaciones de convivencia que subsisten después de la pasión y el deseo, porque tienen otras muchas cosas que compartir. La fundamental es el amor que se tienen, que no solo puede con todo sino que mejora con el tiempo.

—No y no. La rutina mata el amor y al final las parejas siguen juntas por comodidad, por los niños… Solo hay que ver las caras de amargados que llevan la mayoría de las parejas de mediana edad por las calles, para darse cuenta de que la rutina ha hecho mella en ellos.

    —Si hay amor no entra la rutina.  Yo siempre lucharé por no perder el amor, ni la pasión, ni la ilusión de vivir contigo. Te pido que hagas lo mismo, que luches.

—No puedo, es luchar contra un enemigo invencible. Ya muchas noches cenamos tres: tú, yo y la televisión, después de todo el día sin vernos. El teléfono interrumpe nuestras cenas y conversaciones. Ha sido tan maravilloso este tiempo que hemos convivido, que no podría resistir que se deteriorara una milésima, no podría soportar que la rutina destrozara nuestro amor. Prefiero no verlo.

—Quizás tu amor por mi no es tan grande y maravilloso como tú crees; si fuera así podrías contra toda rutina, el aburrimiento o maldad que lo quisiera destruir.

Dalia no puede evitar gritar.

—¡Cómo puedes pensar eso! Daría mi vida por ti. Me haces mucho daño si piensas que mi amor por ti no es lo suficientemente fuerte y profundo. ¡Te equivocas! Si creo que lo debemos dejar es porque no quiero que nada ni nadie lo deteriore .¡Sufriría mucho!

—Te propongo que luchemos juntos y nuestro amor vencerá.

Jano se acerca a Dalia y rodea su cara con las manos en un acto de cariño.

—Te voy a contar un caso real. En la ciudad de León vivían Sinesio y Socorro. La ciudad les ha visto pasear juntos durante 30 años, siempre cogidos de la mano; él siempre estaba pendiente de ella, con una ternura admirable. Todos los que se cruzaban con ellos comentaban que era la mejor imagen del amor, ni un poeta lo describiría mejor. La gente les paraba por la calle para hacerse fotos con ellos. Las últimas noticias  que tuve de ellos es que tenían 97 años y vivían en una residencia. Seguro que se fueron juntos en busca de un agujero negro.

Jano hace una pausa, dejando tiempo a su chica para que medite sobre la historia que acaba de contar.

—Todos tus temores no tienen fundamento para generalizarlos y menos en nosotros.

—Yo te contaré un caso muy frecuente: quizás en la última cena que tuvimos fuera de casa me notaste distraída. Detrás de ti cenaban una pareja no muy mayor, se sentaron, leyeron la carta y los dos sacaron sus móviles. No intercambiaron palabra alguna más allá de “este vino es bueno”; cenaron con sus amigos de whatsapp. La cena era pura rutina, me pregunté:¿les quedará algo de amor? Me produjo una tristeza enorme y no dejé de preguntarme: ¿nos pasará a nosotros lo mismo? Aquella noche tomé la decisión de que nada ni nadie destrozaría nuestro amor, aunque fuera a costa de…

Dalia se emociona y no puede seguir. Se hace un silencio total.

—No Dalia, no puedo aceptar tus razonamientos. Te repito que lucharemos juntos para que nuestro amor no solo no se deteriore, sino para que sea cada día más maravilloso. Solo, convéncete, depende de nosotros. Será una guerra contra esa rutina que tú tanto temes.

—Jano, tu amor lo viviré en mi interior en una soledad infinita. Así seguirá tan maravilloso, tan bonito y tan puro como es. La rutina nunca deteriorará mi amor por ti. No me hará una mujer amargada por ver como nuestro amor es vencido por este terrible mal. Yo la consigo vencer dejando nuestra relación ahora, seguiré siendo la mujer que tú conoces alegre y divertida porque vivo contigo en mi corazón.

Dalia se quita la camisa de Jano que lleva puesta, la mantiene en sus manos unos instantes y con mucho cuidado la deja sobre la cama.

—Me gustaría que te la llevaras.

—No puedo.

Dalia duda.

—No quiero.

Dalia se viste rápidamente. Da unos pasos hacia Jano, con la intención de darle un beso de despedida, pero no puede seguir y se detiene a un paso de él. El dormitorio se llena de una tremenda  tristeza y el silencio se apodera de ellos.

Jano no puede reaccionar, intenta hablar y no se quiere dar por vencido, pero Dalia le tapa la boca con sus manos y de ellas sale mucho cariño hacia los labios de Jano.

Dalia se gira lentamente y se va muy despacio hacia la puerta del dormitorio, pero en ningún momento sus pies trasmiten una duda. Los pasos son lentos pero decididos. El silencio es roto por el ruido de la puerta exterior de la casa al cerrase.

Jano sale rápidamente a la terraza. Su domicilio está situado en una zona residencial y alejada del centro de la ciudad, por lo que a esa hora son muy pocas las personas que andan por su calle. Jano ve salir a Dalia del portal, clava sus ojos en ella, confía en que se gire para mirarlo. Dalia sigue su caminar lento hacia la parada del autobús, Jano mueve sus manos hacia ella como queriendo retenerla. Ya en la parada Dalia se mantiene seria y con la mirada perdida en el infinito del cielo. Jano mira y remira la calzada por donde vendrá el autobús, el tiempo pasa muy rápido para él, quiere que se lentifique y el autobús nunca llegue.

Un autobús dobla la esquina de la calle y se dirige hacia la parada.

Jano murmura bajito “no subas”, “no subas”. Ya en la parada el autobús abre sus puertas y Dalia pone su pie derecho sobre la plataforma. Y en ese momento se oye un grito desgarrador “NO SUBAS”. Al oír este grito el conductor intenta cerrar las puertas, pero Dalia lo impide… Dalia sube… y Dalia se va.

Jano ve alejarse el autobús, hasta que lo pierde de vista.

No puede dejar de mirar la parada vacía, ve una terrible imagen de la soledad, de su soledad. Sin Dalia se siente vacío y culpable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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